ACTO SEGUNDO
Salen BLANCA: y CLAVELA: con mantos
BLANCA: Yo
la he de ver, y estorbar
cuanto
pueda su esperanza;
que el
amor pide venganza
si
llega a desesperar;
y
pues no me vio jamás
la Marquesa, cierta voy
de que no sabrá quién soy.
CLAVELA:
Resuelta, señora, estás,
y no
quiero aconsejarte.
BLANCA: Ella
sale.
CLAVELA:
Hermosa es:
con
razón la luz que ves
puede
en celos abrasarte.
BLANCA:
Cúbrete el rostro, y advierte
que los
enredos que emprendo
van
perdidos, en pudiendo
este
viejo conocerte.
Salen INÉS y
BELTRÁN
BELTRÁN: Ya
del marqués don Fadrique
el
memorial he pasado;
y si
verdad ha informado,
no dudo
que se publique
por
su parte la vitoria.
INÉS: Pues,
Beltrán, con brevedad
de lo
cierto os informad,
porque es ventaja notoria
la
que en sus méritos veo,
y si
verdaderos son,
mi
sangre o mi inclinación
facilitan su deseo.
BELTRÁN: Él
es tu deudo; y, por Dios,
que fuera bien que se unieran
vuestras dos casas, e hicieran
un rico
estado los dos.
Doña BLANCA habla aparte con CLAVELA
BLANCA:
Primero el fin de tus años,
caduco
enemigo, veas.
CLAVELA: La ocasión es que deseas.
BLANCA: Comiencen, pues, mis engaños,
y advierte bien el
rodeo
con que
mi industria la obliga
a
rogarme que la diga
lo que
decirle deseo.
Alto
No vengo a mala ocasión,
cuando
de bodas tratáis,
pues
feliz anuncio dais
con eso
a mi pretensión.
INÉS:
¿Quién sois y qué pretendéis?
BLANCA: Soy,
señora, una crïada
de una mujer desdichada,
que por
dicha conocéis.
Lo
que pretendo es mostraros
joyas de hechura y valor,
con que pueda el
resplandor
del
mismo sol envidiaros.
Tratado su casamiento,
las
previno mi señora;
y
habiendo perdido agora,
con la
esperanza, el intento
de
ese estado, determina
tomar
el de religión;
y viendo que la ocasión
de
casaros se avecina,
según publica la fama,
me
mandó que os las trajese,
porque,
si entre ellas hubiese
alguna
que de tal dama
mereciese
por ventura
ser
para suya estimada,
por el
valor apreciada,
aunque
pierda de la hechura
mucha parte, la compréis.
INÉS: Las
joyas, pues, me mostrad.
Saca una cajeta de joyas
BLANCA: Su
curiosa novedad
pienso
que codiciaréis.
De
diamantes jaquelados
es
ésta.
INÉS:
No he visto yo
mejor
cosa.
BLANCA:
Ésa costó
mil y quinientos ducados.
Pero
ved estos diamantes
al
tope.
INÉS:
La joya es bella:
el
cielo no tiene estrella
que dé
rayos más brillantes.
BLANCA: Con
más razón esta rosa,
esmaltada en limpio acero,
compararéis al lucero.
INÉS: Venus es menos hermosa.
Quien tales joyas
alcanza
muy
rica debe de ser.
BLANCA: Tanto,
que por no perder
de una
mano la esperanza,
las diera en albricias todas;
y sé que le pareciera
corto
exceso a quien supiera
con
quién trataba sus bodas.
Mas
son pláticas perdidas.
De lo
que importa tratemos.
CLAVELA: (¡Por qué sutiles extremos Aparte
busca el medio a sus
heridas!)
INÉS: Ya
de curiosa me incito
a saber
quién fue el ingrato;
que
vuestro mismo recato
me
despierta el apetito.
CLAVELA: (Ya están conformes las dos.) Aparte
BLANCA: Si
saberlo os importara,
Marquesa hermosa, fïara
más
graves cosas de vos.
INÉS: A quien trata de casarse
y a
quien, como ya sabréis,
hace el
examen que veis,
temerosa de emplearse
en
quien, como el escarmiento
lo ha
mostrado, si se arroja,
a la vuelta de la hoja
halle
el arrepentimiento,
¿no
importa saber con quién
quiso
esa dama casarse,
y para
no efetüarse
la
causa que hubo también?
Si, como
me certifica
vuestra
misma lengua agora,
la que
tenéis por señora
es tan
principal y rica,
¿presumís que entre los buenos
que
opuestos agora están
a mi mano,
ese galán
que
ella quiso valga menos?
¿Quién duda sino que está
a este
mi examen propuesto
él
también? Pues, según esto,
no poco
me importará
saber quién fue, y cuál ha sido
tan
poderosa ocasión
que el
efeto a la afición
de esa
dama haya impedido.
Decídmelo, por mi vida,
y fïad
que me tendréis,
si esta
lisonja me hacéis,
mientras viva, agradecida.
BLANCA: Si
he de hacerlo, habéis de dar
la
palabra de¡ secreto.
INÉS: Como
quien soy lo prometo.
BLANCA: Solas
hemos de quedar.
A
BELTRÁN
INÉS: Dejadnos solas.
BELTRÁN:
(Quien fía Aparte
secretos a una mujer
con red
intenta prender
las
aguas que el Nilo envía.)
A CLAVELA
BLANCA: La
industria verás agora
con que
la obligo a querer
al
Conde, y a aborrecer
al
Marqués, si ya lo adora.)
Vase BELTRÁN y habla desde el paño
BELTRÁN: Pues nada encubre de mí,
los secretos que después
me ha de contar Doña Inés
quiero
escuchar desde aquí.)
INÉS: Ya
estamos solas.
BLANCA: Marquesa,
a quien
haga más dichosa
el
cielo que a la infeliz
de quien refiero la historia,
sabed
que ese Conde Carlos,
ése
cuya fama asombra
con los
rayos de su espada
las
regiones más remotas,
ese
Narciso en la paz,
que por sus partes hermosas
es de todos envidiado,
como adorado de todas,
en esta
dama, de quien
oculta
el nombre mi boca,
por
obedecerla a ella
y porque
a vos no os importa,
puso,
más ha de tres años,
la
dulce vista engañosa,
pues a sus mudas palabras
no corresponden las obras.
Miró, sirvió y obligó,
porque son muy poderosas
diligencias sobre partes,
que
solas por sí enamoran.
Al fin,
en amor iguales
y en
méritos, se conforman,
que si
él es galán Adonis,
es ella
Venus hermosa;
y
porque a penas ardientes
dichoso término pongan,
declarados sus intentos,
alegres tratan sus bodas.
Entonces ella previno
éstas y otras ricas joyas,
como hermosas desdichadas,
malquistas como curiosas;
y cuando ya de Himeneo
el
nupcial coturno adorna
el pie,
y en la mano Juno
muestra
la encendida antorcha;
cuando
ya, ya al dulce efeto
falta
la palabra sola
que
eternas obligaciones
en
breve sílaba otorga,
al
Conde le sobrevino
una
fiebre, si engañosa,
su mudanza lo publica,
su
ingratitud lo pregona;
pues
desde entonces, fingiendo
ocasiones dilatorias,
descuidadas remisiones
y tibiezas cuidadosas,
vino por claros indicios
a
conocerse que sola
su
mudada voluntad
los
desposorios estorba.
Ella,
del desdén sentida
y de la
afrenta rabiosa,
pues hechos ya los conciertos,
quien se retira deshonra,
llegó
por cautas espías
a saber
que el Conde adora
otra
más dichosa dama;
no sé
yo si más hermosa,
porque
con tanto secreto
su nuevo dueño enamora,
que
viendo todos la flecha,
no hay
quien la aljaba conozca.
Con
esto, su cuerdo padre,
por consolar sus congojas,
a las bodas del Marqués
don Fadrique la conhorta;
mas
cuando de su nobleza
y de sus partes heroicas
iban nuevas impresiones
borrando antiguas
memorias,
vino a
saber del Marqués
ciertas faltas mi señora,
para en
marido insufribles,
para en
galán fastidiosas;
y
aunque parezca indecente
el
referirlas mi boca,
y esté,
de que han de ofenderos
los oídos, temerosa,
el
secreto y el deseo
de
serviros, y estar solas
aquí
las tres, da disculpa
a mi
lengua licenciosa.
Tiene
el Marqués una fuente,
remedio
que necios toman,
pues
para sanar enferman,
y curan
una con otra.
Tras
esto, es fama también
que su
mal aliento enoja,
y
fastidia más de cerca
que él
de lejos enamora;
y
afirman los que le tratan
que es
libre y es jactancioso
su
lengua, y jamás se ha visto
una
verdad en su boca.
Pues
como en el verde abril
marchita el helado Bóreas
las flores recién nacidas,
las recién formadas
hojas,
así mí
dueño, al instante
que de
estas faltas la informan,
del
amor en embrión
el
nuevo concepto aborta;
y con
la misma violencia
que al
arco la cuerda torna,
cuando,
de membrado brazo
disparada, el viento azota,
de su
Conde Carlos vuelve
a
abrasarse en las memorias,
sus perfeciones estima
y sus desdenes adora.
Mas viendo, al fin, su
deseo
imposible la vitoria,
pues
son, cuando amor declina,
las
diligencias dañosas,
despechada, muda intento,
y la
deseada gloria
que no
ha merecido deja
a otra
mano más dichosa;
pues
podrá quien goce al Conde
alabarse de que goza
el marido más bizarro
que ha
celebrado la Europa.
INÉS: Cuanto
puedo os agradezco
la
relación de la historia;
y a fe
que me ha enternecido
la
tragedia lastimosa
que en sus amantes deseos
ha
tenido esa señora.
BLANCA: Tenéis,
al fin, sangre noble.
Mas, ¿qué decís de las joyas?
INÉS: Que me
agradan, mas quisiera,
para
tratar de la compra,
que un oficial las aprecie.
BLANCA: No
puedo aguardar agora;
si
gustáis, volveré a veros.
INÉS: Será
para mí lisonja;
que vos
no me enamoráis
menos
que ellas me aficionan.
BLANCA: A veros vendré mil veces,
por ser
mil veces dichosa.
Aparte doña BLANCA y CLAVELA
CLAVELA: Bien se
ordena tu venganza.
BLANCA: Ya he
sembrado la discordia.
Pues soy despreciada Juno,
¡muera Paris y arda Troya!
Vanse
las dos
INÉS:
¡Hola Beltrán!
BELTRÁN:
¿Qué me quieres,
señora?
INÉS:
Al punto partid,
y con
recato seguid,
Beltrán, esas dos mujeres.
Sabed su casa, y de suerte
el
seguirlas ha de ser,
que
ellas no lo han de entender.
BELTRÁN: Voy,
señora, a obedecerte;
y
fía de mi cuidado
que lo
que te han referido
averigüe; que escondido
su
relación he escuchado.
Vase
INÉS:
Hasta agora, ciego Amor,
libre
entendí que vivía.
Ni tus
prisiones sentía,
ni me
inquietaba tu ardor.
Pero
ya, ¡triste!, presumo
que la
libertad perdí;
que el
fuego escondido en mí
se
conoce por el humo.
Causóme pena escuchar
los
defetos del Marqués,
y de
amor sin duda es
claro
indicio este pesar.
Cierto está que es de quererle
este efeto, pues sentí
las faltas que dél oí
como ocasión de perderle.
Presto he pagado el delito
de
seguir mi inclinación
y de
hacer en la elección
consejero al apetito.
No
más Amor; que no es justo
tras
tal escarmiento errar;
esposo,
al fin, me ha de dar
el examen, y no el gusto.
Sale el
MARQUÉS
MARQUÉS: (Corazón, ¿de qué os turbáis? Aparte
¿Qué
alboroto, qué temor
os
ocupa? Ya de amor
señales notorias dais.
¿Quién creyera tal
mudanza?
Pero,
¿quién no la creyera,
si la
nueva causa viera
de mi
dichosa esperanza?
Perdona, Blanca, si sientes
ver que a nueva gloria aspiro;
que en
Inés ventajas miro,
y en ti
miro inconvenientes.)
Mi
dicha, Marquesa hermosa,
ostenta
ya, con entrar
a veros
sin avisar,
licencias
de vitoriosa;
que
le ha dado a mi esperanza,
para
tan osado intento,
el
amar, atrevimiento,
y el
merecer, confïanza.
INÉS: (Ya
empiezo a verificar Aparte
los defetos que he escuchado,
pues a hablar no ha
comenzado,
y ya se
empieza a alabar.)
Mirad que no es de prudentes
la
propria satisfación,
y más
donde tantos son
de mi mano pretendientes;
y
quien con tal osadía
presume, o es muy perfeto,
o si
tiene algún defeto,
en que
es oculto se fia;
y es
acción poco discreta
estar en eso fïado,
que a
la envidia y al cuidado,
Marqués, no hay cosa secreta.
MARQUÉS: Bien
me puede haber mentido
mi
proprio amor lisonjero;
pero yo
mismo, primero
que fuese tan atrevido,
me examiné con rigor
de enemigo, y he juzgado
que puede estar confïado,
más que
el de todos, mi amor.
De
mi sangre no podéis
negarme,
Inés, que confía
con
causa, pues es la mía
la
misma que vos tenéis.
De
mi persona y mi edad,
si pesa
a mis enemigos,
vuestros ojos son testigos.
No
mendigáis la verdad.
En
la hacienda y el estado
ilustre
en que he sucedido,
de
ninguno soy vencido,
si soy
de alguno igualado.
Mis
costumbres, yo no digo
que son
santas, mas al menos
son
tales, que los más buenos
me
procuran por amigo.
De
mi ingenio no publica
mi
lengua la estimación;
dígalo
la emulación,
que
ofendiendo califica.
Pues en gracias naturales
y adquiridas, decir puedo
que los pocos que no
excedo
se
jactan de serme iguales.
En las armas sabe el mundo
mi destreza y mi pujanza.
Hable
el segundo Carranza,
el
Narváez sin segundo.
Si
canto, suspendo el viento;
si
danzo, cada mudanza
hace,
para su alabanza,
corto
el encarecimiento.
Nadie es más airoso a pie;
que,
puesto que del andar
es
contrapunto el danzar,
por
consecuencia se ve,
si
en contrapunto soy diestro,
que lo
seré en canto llano.
Pues a
caballo, no en vano
me conocen por maestro
de ambas sillas los más
sabios,
pues al más zaino animal
trueco en sujeción leal
los indómitos resabios.
En los toros, ¿quién ha sido
a esperar más reportado?
¿Quién a herir más acertado,
y a embestir más atrevido?
¿A cuántos, ya que el rejón
rompí y empuñé la espada,
partí
de una cuchillada
por la
cruz el corazón?
Tras
esto, de que la fama,
como
sabéis, es testigo,
sé
callar al más amigo
mis
secretos y mi dama,
y
soy -- que esto es lo más nuevo
en los
de mi calidad --
amigo
de la verdad
y de
pagar lo que debo.
Ved,
pues, señora, si puedo
con
segura presunción
perder
en mi pretensión
a mis
contrarios el miedo.
INÉS:
(¡Qué altivo y presuntüoso!
Aparte
¡Qué
confïado y lozano
os
mostráis, Marqués! No en vano
dicen
que sois jactancioso.)
Bien fundan sus esperanzas
vuestros nobles pensamientos
en tantos merecimientos;
mas a vuestras alabanzas
y a las partes que alegáis,
hallo una falta, Marqués,
que no
negaréis.
MARQUÉS: ¿Cuál es?
INÉS: Ser vos quien las publicáis.
MARQUÉS:
Regla es que en la propria boca
la
alabanza se envilece;
mas aquí
excepción padece,
pues a
quien se opone toca
sus
méritos publicar,
por
costumbre permitida;
que
mal, si sois pretendida
de
tantos, puedo esperar
que
los mismos, que atrevidos
a
vuestra gloria se oponen,
mis
calidades pregonen,
si está
en eso ser vencidos.
Decirlas yo es proponer,
es
relación, no alabanza;
alegación, no probanza,
que ésa
vos la habéis de hacer.
Hacelda; y si fuere ajeno
un
punto de la verdad,
a
perder vuestra beldad
desde
agora me condeno.
INÉS: Mucho os habéis arrojado.
MARQUÉS: La
verdad es quien me alienta.
INÉS: (¿Cómo
puede ser que mienta Aparte
quien
habla tan confïado?
¡Cielos santos! ¿Es posible
que
tales faltas esconda
tal
talle, y no corresponda
lo
secreto a lo visible?)
Tales los méritos son
que alegáis vos, y yo veo,
que si, como ya deseo
y
espero, la relación
verifica la probanza
que
rigurosa he de hacer,
desde aquí os doy de vencer
seguridad, no esperanza;
porque inclinada me siento,
si os
digo verdad, Marqués,
a
vuestra persona.
MARQUÉS: Ése es
mi
mayor merecimiento.
¿Qué
más plena información
de
méritos puedo hacer,
señora,
que merecer
tan
divina inclinación?
Si
en ése que tú me das,
Marquesa, a todos excedo,
está
cierta que no puedo
ser
vencido en los demás.
Sale BELTRÁN
BELTRÁN:
Llegada es ya la ocasión
en que
es forzoso probarlos.
MARQUÉS: Beltrán, ¿cómo?
BELTRÁN:
El Conde Carlos,
con la
misma pretensión,
ha
publicado, en servicio
de la Marquesa, un cartel,
y
desafía por él
a todo
ilustre ejercicio
de
letras y armas a cuantos
al
examen se han opuesto.
MARQUÉS: (¡El
Conde! ¡Cielos! ¿Qué es esto?
Aparte
El
Conde sólo, entre tantos
amantes, basta conmigo
a obligarme a desistir;
que no
es justo competir
con tan
verdadero amigo.
Mas ya por opositor
al examen me he ofrecido,
y nadie creerá que ha
sido
la
amistad, sino el temor,
el
que muda mi intención.
Pues,
amigo, perdonad,
si
prefiero a la amistad
las
aras de la opinión.)
INÉS:
Marqués, parece que os pesa
y que
os han arrepentido
las
nuevas que habéis oído.
MARQUÉS: Lo
dicho, dicho, Marquesa.
La
suspensión que habéis visto
nació
de que amigo soy
del
Conde; mas ya que estoy
declarado, si desisto,
lo
podrá la emulación
a temor
atribuir;
y es
forzoso preferir
a la
amistad la opinión;
demás que vuestra beldad
es mi
disculpa mayor,
si por las leyes de amor
quebranto las de amistad.
INÉS: Pues
bien es que comencéis
a
vencer, yo a examinar;
aunque
no pienso buscar,
si al
Conde Carlos vencéis,
otra
probanza mayor.
MARQUÉS: Si vos
estáis de mi parte,
ni temo
en la guerra a Marte,
ni en
la paz al dios de amor.
Habla aparte a BELTRÁN
INÉS:
¿Habéis sabido, Beltrán,
la
casa?
BELTRÁN:
Ya la he sabido.
INÉS: ¡Oh,
cielos! ¡Hayan mentido
nuevas
que tan mal me están!
¡Que las señales desmienten
defetos tan desiguales!
BELTRÁN: No des
crédito a señales,
si las
de¡ Marqués te mienten.
Vanse
MARQUÉS: ¿De
una vista, niño ciego,
dejas
un alma rendida?
¿De una
flecha, tanta herida
y de un
rayo, tanto fuego?
¡Loco estoy! Ni resistir
ni
desistir puedo ya;
todo mi
remedio está
sólo en
vencer o morir.
Sale el conde CARLOS
CARLOS:
Marqués amigo, ¿sabéis
el
cartel que he publicado?
MARQUÉS: Y me
cuesta más cuidado
del que
imaginar podéis.
CARLOS: ¿Por
qué?
MARQUÉS:
En vuestro desafío
tenéis
por opositor
a
vuestro amigo el mayor.
CARLOS: El mayor amigo mío
sois vos, Marqués.
MARQUÉS: Pues yo soy.
CARLOS: ¿Qué decís?
MARQUÉS:
Cuanto me pesa
sabe
Dios. Con la Marquesa
declarado, Conde, estoy;
después de estarlo he tenido
nuevas
de vuestra intención;
si,
salvando mi opinión
y sin
que entiendan que ha sido
el
desistir cobardía,
puedo
hacerlo, vos el modo
trazad,
pues siempre es en todo
vuestra
voluntad la mía;
que, pues por vos he olvidado,
tras de dos años de amor,
a doña
Blanca, mejor
de este
tan nuevo cuidado
se
librará el alma mía;
aunque,
si el pecho os confiesa
lo que
siente, la Marquesa
ha
encendido en sólo un día
más
fuego en mi corazón
que
doña Blanca en dos años.
Mas
libradme de los daños
que
amenazan mi opinión
si
desisto de este intento,
y
veréis si mi amistad
tropieza en dificultad
o
repara en sentimiento.
CARLOS:
Culpados somos los dos,
Marqués, igualmente aquí;
que el
recataros de mí
y el
recatarme de vos
en
esto, nos ha traído
a lance
tan apretado;
que uno
y otro está obligado
a acabar lo que ha emprendido.
MARQUÉS: Yo
no soy culpado en eso;
que no
quise publicar
mi
intento por no quedar
corrido
de mal suceso;
y
con esta prevención,
que pienso que fue prudente,
a doña
Inés solamente
declaré
mi pretensión.
Y
sabe Dios que mi intento
fue
quererme divertir
de doña
Blanca y cumplir
vuestro
justo mandamiento.
Y el
cielo, Conde, es testigo
que,
aunque en el punto que vi
a la Marquesa perdí
la
libertad, fue conmigo
de
tanto efeto el oír
que
érades también su amante,
que de
mi intento al instante
determiné desistir;
mas
ella, que no confía
tanto
de humana amistad,
lo que
fue fidelidad
atribuyó a cobardía;
y
ésta es precisa ocasión
de
proseguir: que si es justo,
Conde,
preferir al gusto
la
amistad, no a la opinión.
CARLOS: Con
lo que os ha disculpado
me
disculpo: yo, ignorante
de que
fuésedes su amante,
el
cartel he publicado.
No
puedo con opinión
de este
empeño desistir;
que no
lo ha de atribuir
a
amistad la emulación.
MARQUÉS: Eso
supuesto, mirad,
Conde,
lo que hemos de hacer.
CARLOS:
Competir, sin ofender
las
leyes de la amistad.
MARQUÉS:
Tened de mí confïanza,
que
siempre seré el que fui.
Vase
CARLOS: Y fïad
que no haga de mí
la
competencia mudanza.
¿Cuándo, ingrata doña Inés,
ha de
cesar tu crueldad?
Cuando
ya, por mi amistad,
mudaba
intento el Marqués,
¿le obligaste al desafío,
por
darme pena mayor?
¿Qué le
queda a tu rigor
que
emprender en daño mío?
Sale BELTRÁN
BELTRÁN:
¡Famoso Conde!
CARLOS: ¡Beltrán!
¿Qué hay del examen?
BELTRÁN: Señor,
hoy de
todo pretensor
los
méritos se verán.
CARLOS: ¿Qué
ha sentido la Marquesa
del
cartel que he publicado?
BELTRÁN: La gentileza
ha estimado
con que
vuestro amor no cesa
de
obligarla.
CARLOS: Su rigor
a lo
menos no lo muestra.
BELTRÁN: No os
quejéis; que culpa es vuestra
conquistar ajeno amor,
ingrato a quien os adora
y por
vos vive muriendo.
CARLOS: ¿Qué
decís, que no os entiendo?
BELTRÁN: La Marquesa, mi señora,
lo
sabe ya todo: en vano
os
hacéis desentendido.
CARLOS: ¡Decid,
por Dios! ¿Qué ha sabido?
Del
secreto os doy la mano,
si
es que os recatáis por eso.
Solos
estamos los dos.
BELTRÁN: Ha
sabido que por vos
pierde
doña Blanca el seso.
CARLOS: ¿Qué
doña Blanca?
BELTRÁN: De Herrera,
la hija
de don Fernando.
CARLOS: Lo que
os estoy escuchando
es ésta
la vez primera
que
a mi noticia llegó.
BELTRÁN: ¡Bien,
por Dios!
CARLOS: Él es testigo
de que
la verdad os digo.
BELTRÁN: Pues,
que lo sepáis o
no,
por vos vive en tal
tormento y en tanto fuego abrasada
Blanca, que desesperada
quiere
entrarse en un convento.
CARLOS: ¿Por
mí?
BELTRÁN:
Por vos.
CARLOS: Mirad bien
que os
engañáis.
BELTRÁN:
Ni yo dudo
quién
sois, ni engañarse pudo
quien
lo dijo.
CARLOS:
¿Pues de quién
lo
sabéis que no podía
engañarse?
BELTRÁN:
Helo sabido
de una
crïada, que ha sido
de
quien ella más se fía.
CARLOS: Otra
vez vuelvo a juraros
que he
estado ignorante de ello.
BELTRÁN: Bien
puede, sin entendello
vos,
doña Blanca adoraros;
que esas partes fortaleza
mayor pueden sujetar,
y ella de honesta callar,
ciega
de amor, su flaqueza,
que
sólo os puedo decir
que
quien me lo dijo fue
con
circunstancias que sé
que no
me pudo mentir.
CARLOS:
(¿Puede ser esto verdad,
Aparte
cielo
santo? Puede ser,
que en
antojos de mujer
no es
ésta gran novedad.
Pero
no, el Marqués ha sido
su
amante. Mentira es.
Pero
bien pudo el Marqués
amarla
sin ser querido.
¿Cómo me pudo tener
tanta
afición sin mostralla?
Pero
como honesta calla,
si
adora como mujer.
¿Cómo mi amor la conquista
sin
comunicar con ella?
Pero la
honrada doncella
tiene
la fuerza en la vista.
Marquesa, si esto es verdad,
al
cielo tu sinrazón
ofende,
y me da ocasión
de
castigar tu crueldad.
Será
de mí celebrada
Blanca,
principal y hermosa.
Quizá
pagarás celosa
lo que niegas confïada.
Mas,
¿qué haré? Que el desafío
me
tiene empeñado ya.
El
mismo ocasión me da
para el
desagravio mío:
yo
haré que tu confïanza,
si el cielo me da vitoria,
donde
espera mayor gloria,
me dé a
mí mayor venganza.)
Adiós, Beltrán.
BELTRÁN: Conde, adiós.
CARLOS: Mi
pretensión ayudad.
BELTRÁN: Ya sabéis
mi voluntad.
CARLOS:
Confïado estoy de vos.
Vase
BELTRÁN: Lo
que manda la Marquesa
comencemos a ordenar.
Pone papeles sobre un bufete, y recado de escribir
y un libro
¡Cielos! ¿En qué ha de parar
tan dificultosa empresa?
Sale CLAVELA con manto
CLAVELA:
(Dicen que un loco hace ciento
Aparte
y ya,
por la ceguedad
de
Blanca, en mí la verdad
del
refrán experimento.
Oblígame a acreditar
su
enredo con otro enredo.
Éste es
Beltrán. Aquí puedo
su
intención ejecutar.)
Suplícoos que me digáis
dónde
hallaré un gentilhombre
de esta casa, cuyo nombre
es
Beltrán.
BELTRÁN:
Con él estáis.
CLAVELA: ¿Vos
sois?
BELTRÁN:
Yo soy.
CLAVELA: Buen agüero
del
dichoso efeto ha dado,
haberos luego encontrado,
a lo
que pediros quiero.
BELTRÁN: ¿En qué os puedo yo servir?
CLAVELA: Es
público que se casa
la
señora de esta casa.
Dicen
que ha de recebir
más crïadas
y quisiera,
pues
tanto podéis, que fuese,
para
que me recibiese,
vuestra
piedad mi tercera;
que
ni por padres honrados,
ni por
buena fama creo
que desprecie
mi deseo.
En
labores y bordados
hay
en la corte muy pocas
que me
puedan igualar;
si me
pongo a aderezar
valonas, vueltas y tocas,
no
distingue, aunque lo intente,
la
vista más atrevida,
si son
de gasa bruñida
o de
cristal transparente;
y si
de lo referido
pretendéis certificaros,
será
fácil informaros
de la casa en que he servido;
que
su madre del Marqués
don
Fadrique es buen testigo
de las
verdades que digo.
BELTRÁN: (Esta
ocasión, cielos, es Aparte
la
que buscar he podido,
para
informarme de todo
lo que
pretendo.) ¿De modo
que
habéis, señora, servido
a la Marquesa?
CLAVELA: Diez años.
BELTRÁN: ¿Por
qué causa os despidió
de su
servicio?
CLAVELA:
(¡Cayó Aparte
en la red de mis engaños!)
Si os he de decir
verdad,
me
habéis de guardar secreto.
BELTRÁN: Decid;
que yo os lo prometo.
CLAVELA:
Conquistó mi honestidad
su
hijo el Marqués de suerte
que me
despedí por él,
y por
eximirme de él
tuviera
en poco la muerte.
BELTRÁN: ¿Por
qué? Decid.
CLAVELA: Yo me entiendo.
BELTRÁN: ¿No lo
fïaréis de mí?
(La
verdad descubro aquí.) Aparte
CLAVELA: (¡En el
lazo va cayendo!) Aparte
No
es oro todo, Beltrán
lo que reluce. Secretos
padece
algunos defetos,
aunque
le veis tan galán,
que
da vergüenza el contarlos.
¡Mirad
qué será el tenerlos!
BELTRÁN: ¿Y no
puedo yo saberlos,
supuesto que he de callarlos?
CLAVELA: Pues
os he dicho lo más,
y pues
pretendo obligaros,
tengo
de lisonjearos
diciéndoos lo que jamás
mis
labios han confesado.
Tiene el Marqués una fuente;
y el
mayor inconveniente
no es
éste de ser amado.
BELTRÁN:
¿Pues cuál?
CLAVELA:
En una ocasión
que me
halló sola, en los lazos
me
prendió de sus dos brazos,
y en la
amorosa cuestión,
a
mis labios atrevido,
con su
aliento me ofendió
tanto,
que me mareó
el mal
olor el sentido.
Por
esto y por la opinión
que
tiene de mentiroso,
hablador y jactancioso,
tomé al
fin resolución
de
resistir y de huir
el
ciego amor que le abrasa
por mí;
y así de su casa
me fue
forzoso salir.
BELTRÁN:
Decidme, ¿cómo os llamáis?
CLAVELA: Es mi
nombre Ana María.
BELTRÁN: ¿Dónde
vivís?
CLAVELA:
Una tía
me
alberga; mas pues tomáis
mi
cuidado a cargo vos,
al mío
queda el buscaros.
BELTRÁN: Importa
no descuidaros.
CLAVELA: Dios os
guarde.
BELTRÁN:
Guárdeos Dios.
CLAVELA:
(Fuerza es que al fin se declare
Aparte
la verdad;
mas haga el daño
que
hacer pudiere el engaño,
y dure
lo que durare.)
Vase
BELTRÁN: Con
tan clara información,
las
faltas son ciertas ya
del
Marqués, y perderá
por ellas
su pretensión.
Sale doña INÉS
INÉS:
¿Tenéis, Beltrán, prevenidos
los memoriales?
BELTRÁN: Dispuestos
están como has ordenado.
INÉS: Pues llegad, llegad asientos.
Sentáos, Beltrán. El examen
en
nombre de Dios empiezo.
Siéntanse al bufete con un libro y
memoriales
BELTRÁN: Este
billete, señora,
es de
don Juan de Vivero.
INÉS: Breve
escribe. Dice así,
Lee
"Si os mueven penas, yo muero"
Esto de
muero es vulgar;
mas por
lo breve es discreto.
BELTRÁN: Hecha
tengo su consulta.
INÉS: Decid.
Lee en el libro
BELTRÁN:
"Don Juan de Vivero,
mozo, galán, gentilhombre,
y en sus acciones compuesto;
seis mil ducados de
renta;
galiciano caballero.
Es
modesto de costumbres,
aunque
dicen que fue un tiempo
a jugar tan inclinado,
que
perdió hasta los arreos
de su
casa y su persona;
pero ya
vive muy quieto."
INÉS: El que
jugó jugará;
que la
inclinación al juego
se
aplaca, mas no se apaga.
Borralde.
BELTRÁN:
Ya te obedezco.
INÉS:
Proseguid.
BELTRÁN: Éste es don Juan
de Guzmán, noble mancebo.
Dale un papel a INÉS
INÉS: ¿No es
éste el que ayer traía
una
banda verde al cuello?
BELTRÁN: Ése
mismo.
INÉS:
Pues yo dudo
que
escape de loco o necio;
que
preciarse de dichosos
nunca
ha sido acción de cuerdos.
Lee INÉS
"En tanto que el máximo planeta en giro veloz ilustre el orbe, y sus piramidales
rayos iluminan
mis
vítreos ojos...".
¡Oh,
qué fino mentecato!
BELTRÁN: ¡Y qué
puro majadero!
INÉS: ¡A una
mujer circunloquios
y no
usados epitetos!
BELTRÁN:
¿Quieres oír su consulta?
INÉS: No,
Beltrán; borralde presto,
y al margen poned así:
Escribe BELTRÁN en el libro
"Éste se borra por necio.
No se
consulte otra vez,
porque
es falta sin remedio".
BELTRÁN: Ya está
puesto. El que se sigue
es don Gómez de Toledo,
que la cruz de Calatrava
ostenta
en el noble pecho.
Hombre que anda a lo ministro,
capa
larga y corto cuello,
levantado por detrás
el
cuello de ferreruelo,
el paso
compuesto y corto,
siempre
el sombrero derecho,
y un papel en la pretina;
maduro
en años y en seso.
INÉS: Apruebo
el seso maduro,
maduros
años no apruebo
para en
marido, Beltrán.
BELTRÁN: Es
maduro, mas no es viejo.
INÉS: Va la
consulta.
BELTRÁN:
Es Hurtado
de
Mendoza.
INÉS: ¿De los buenos?
BELTRÁN: De los buenos.
INÉS:
Será vano.
BELTRÁN: Es
pobre.
INÉS:
Serálo menos.
BELTRÁN: Tiene
esperanza de ser
de una
gran casa heredero.
INÉS: No
contéis por caudal proprio
el que
está en poder ajeno;
y más
donde el morir antes
o
después es tan incierto.
BELTRÁN:
Pretende oficios.
INÉS: ¿Pretende?
¡Triste
de él! ¿Tenéis por bueno
para mi
marido a quien
ha de
andar siempre pidiendo?
BELTRÁN: Un
virreinato pretende.
INÉS:
¿Virreinato cuando menos?
¡Mirad
si digo que es vano!
BELTRÁN: Tiene,
para merecerlo,
innumerables servicios.
INÉS: A maravedís los trueco;
que méritos no premiados
son
litigiosos derechos.
BELTRÁN: Sólo
entre sus buenas partes
se le
conoce un defeto.
INÉS: ¿Cuál?
BELTRÁN:
Es colérico adusto.
INÉS:
¡Peligroso compañero!
BELTRÁN: Mas
dicen que aquella furia
se le pasa en un momento,
y queda apacible y manso.
INÉS: Si con
el ardor primero
me
arroja por un balcón,
decidme, ¿de qué provecho,
después de haber hecho el daño
será el arrepentimiento?
BELTRÁN:
¿Borrarélo?
INÉS:
Sí, Beltrán;
que
elegir esposo quiero
a quien
tenga siempre amor,
no a
quien siempre tenga miedo,
BELTRÁN: Ya está
borrado. Consulta
Lee en el libro
de don
Alonso...
INÉS:
Ya entiendo.
BELTRÁN: Éste
tiene nota al margen,
que
dice. "Merced le han hecho
de un
hábito, y no ha salido.
Consultéseme en saliendo".
INÉS: ¿Ha
salido?
BELTRÁN
No, señora.
INÉS: Harta
lástima le tengo.
Beltrán, el que hábito pide,
más
pretende, según pienso,
dar
muestra de que es bienquisto,
que no
de que es caballero.
Adelante.
BELTRÁN:
Don Guillén
de
Aragón se sigue luego,
de buen talle y gentil brío;
sobre un condado trae
pleito.
INÉS: ¿Pleito
tiene el desdichado?
BELTRÁN: Y dicen
que con derecho;
que sus
letrados lo afirman.
INÉS: Ellos,
¿cuándo dicen menos?
BELTRÁN: Gran
poeta.
INÉS:
Buena parte,
cuando
no se toma el serlo
por
oficio.
BELTRÁN:
Canta bien.
INÉS: Buena
gracia en un soltero,
si
canta sin ser rogado,
pero
sin rogar con ello.
BELTRÁN: En latín y griego es docto.
INÉS: Apruebo
el latín y el griego;
aunque
el griego, más que sabios,
engendrar suele soberbios.
BELTRÁN: ¿Qué
mandas?
INÉS:
Que se consulte,
si
saliere con el pleito.
BELTRÁN: El que
se sigue es don Marcos
de
Herrera.
INÉS:
Borraldo luego;
que don
Marcos y don Pablo,
don
Pascual y don Tadeo,
don
Simón, don Gil, don Lucas,
que sólo oírlos da miedo,
¿cómo
serán si los nombres
se
parecen a sus dueños?
BELTRÁN: Del
marques napolitano
la
consulta te refiero.
INÉS:
Beltrán, títulos de Italia
son
moneda de otro reino,
y no
quiero yo marido
que
ande con los caballeros
de
España sobre llamarle
señoiía, siempre a pleito.
Voluntarias señorías
son
forzosos sentimientos,
que hay
hidalgo presumido,
de
montañés abolengo,
que por
darles a los tales
con la
merced, por momentos
se les
hará encontradizo.
BELTRÁN:
Bórrolo, pues, y te leo
los
méritos y consulta
del
conde don Juan.
INÉS: Ya entiendo.
BELTRÁN: Es
andaluz, y su estado
es muy rico y sin empeño,
y crece más cada día,
que
trata y contrata.
INÉS: Eso
en un
caballero es falta;
que ha
de ser el caballero
ni
pródigo de perdido,
ni de
guardoso avariento.
BELTRÁN: Dicen
que es dado a mujeres.
INÉS:
Condición que muda el tiempo.
Casará
y amansará
al yugo
del casamiento.
BELTRÁN: No es puntüal.
INÉS: Es señor.
BELTRÁN: Mal
pagador.
INÉS:
Caballero.
BELTRÁN:
Avalentado.
INÉS:
Andaluz.
BELTRÁN: Es
viudo.
INÉS:
Borralde presto;
que
quien dos veces se casa,
o sabe
enviudar o es necio.
BELTRÁN: El
Conde Carlos se sigue.
Éste
tiene gran derecho,
que es
noble, rico y galán,
y de muchas gracias lleno.
INÉS: Sí; mas
tiene una gran falta.
BELTRÁN: ¿Y cuál
es?
INÉS: Que no le
quiero.
BELTRÁN:
¿Borrarélo?
INÉS:
No, Beltrán,
ni lo
borro ni lo apruebo.
BELTRÁN: Sólo el
Marqués don Fadrique
resta
ya. Sus partes leo.
INÉS: Decidme; ¿qué información
hallastes de los defetos
que aquella mujer me
dijo?
BELTRÁN: ¡Que son todos verdaderos!
INÉS: ¿Que son ciertos?
BELTRÁN: Ciertos son.
Levántase derribando el bufete
INÉS: Pues
borralde... Mas, ¡teneos!
No le
borréis; que es en vano,
entre
tanto que no puedo,
como su
nombre en el libro,
borrar
su amor en el pecho.
Vase
BELTRÁN: Con las
tablas de la ley
diste, señora, en el suelo.
No
hallarás perfeto esposo;
que
caballo sin defeto,
quien
lo busca, desconfía
de
andar jamás caballero.
FIN DEL ACTO SEGUNDO