François - Marie Arouet de Voltaire
La princesa de Babilonia
Texto

III

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III

En medio de los jardines entres dos cascadas, se levantaba un salón oval de trescientos pies de diámetro, cuya cúpula de azur tachonada de estrellas de oro representaba todas las constelaciones con los planetas, cada uno en su verdadero lugar; esta cúpula giraba, así como el cielo, por medio de máquinas tan invisibles como las que dirigen los movimientos celestes. Cien mil antorchas encerradas en cilindros de cristal de roca iluminaban el exterior y el interior del comedor. Un aparador de graderías soportaba mil jarras o platos de oro, y frente a este aparador, otras graderías estaban llenas de músicos. Otros dos anfiteatros estaban llenos, uno de frutos de todas las estaciones, el otro de ánforas de cristal en las cuales brillaban todos los vinos de la tierra.

Los convidados ocuparon sus lugares alrededor de una mesa dividida en compartimentos que figuraban frutas y flores, todos hechos en piedras preciosas. La hermosa Formosanta fue ubicada entre el rey de Indias y el de Egipto. La bella Aldé, junto al rey de Escitia. Había una treintena de príncipes y cada uno de ellos estaba al lado de una de las más bellas damas del palacio. El rey de Babilonia, ubicado en el centro, frente a su hija, parecía dividido entre la pena de no haber podido casarla y el placer de tenerla aún consigo. Formosanta le pidió permiso para colocar su pájaro sobre la mesa, al lado de ella. Al rey le pareció muy bien.

La música que se hizo oír dio plena libertad a cada príncipe para conversar con su vecina. El festín pareció tan agradable como magnífico. Se había servido ante Formosanta un ragú que agradaba mucho a su padre. La princesa dijo que debía ser llevado a Su Majestad; inmediatamente el pájaro toma la fuente con una destreza maravillosa y va a presentarla al rey. Nunca hubo mayor asombro en una cena. Belus le prodigó tantas caricias como su hija. El pájaro emprendió nuevamente el vuelo para retornar cerca de ella. Desplegaba al volar una cola tan hermosa, sus alas extendidas mostraban colores tan brillantes, el oro de su plumaje echaba un brillo tan deslumbrador que ninguna mirada podía apartarse de él. Todos los concertistas cesaron su música y permanecieron inmóviles. Nadie comía, nadie hablaba, sólo se oía un murmullo de admiración. La princesa de Babilonia, lo besó durante la cena sin pensar siquiera que existían otros reyes en el mundo. Los de las Indias y Egipto sintieron redoblar su despecho y su indignación, y cada uno de ellos se prometió apurar la marcha de sus trescientos mil hombres para vengarse.

En cuanto al rey de los escitas, se hallaba ocupado en conversar con la hermosa Aldé: su corazón altivo, desdeñando sin rencor las desatenciones de Formosanta, había concebido por ella más indiferencia que cólera.

-Es bella -decía -, lo reconozco, pero me parece una de esas mujeres que sólo se ocupan de su belleza, y que piensan que el género humano debe sentirse muy obligado cuando se dignan aparecer en público. No se adoran ídolos en mi país. Preferiría una fea complaciente y atenta que esta bella estatua. Vos tenéis, señora, tantos encantos como ella, y por lo menos os dignáis conversar con los extranjeros. Os confieso, con la franqueza de un escita, que os prefiero a vuestra prima.

Se equivocaba sin embargo sobre el carácter de Formosanta; no era tan desdeñosa como lo parecía, pero su cumplido fue muy bien recibido por la princesa Aldé. Su conversación tornóse muy interesante: estaban muy contentos y ya seguros el uno del otro antes de levantarse de la mesa.

Después de cenar fueron a pasear por los bosquecillos. El rey de Escitia y Aldé no dejaron de buscar un retiro solitario; Aldé, que era la franqueza misma, habló de esta manera al príncipe:

-No odio a mi prima aunque sea más hermosa que yo y esté destinada al trono de Babilonia: el honor de agradaros me sirve de atractivo. Prefiero Escitia con vos, que la corona de Babilonia sin vos, pero esta corona me pertenece por derecho si es que existen derechos en el mundo; porque desciendo de la rama del hijo mayor de Nemrod, y Formosanta sólo pertenece a la menor. Su abuelo destronó al mío y lo hizo morir.

-¡Tal es pues la fuerza de la sangre en la casa de Babilonia! - dijo el escita -¿Cómo se llamaba vuestro abuelo?

-Se llamaba Aldé, como yo. Mi padre llevaba el mismo nombre; fue relegado al fondo del imperio junto con mi madre, y Belus, después de que ellos murieron, no temiendo nada de mí, quiso educarme junto con su hija, pero decidió que no me desposaría jamás.

-Quiero vengar a vuestro padre y a vuestro abuelo y a vos -dijo el rey de los escitas -. Os respondo que os desposaréis; os raptaré pasado mañana muy temprano, porque debo cenar mañana con el rey de Babilonia y regresaré a defender vuestros derechos con un ejército de trescientos mil hombres.

-Consiento en ello -dijo la bella Aldé, y luego de haberse dado su palabra de honor, se separaron.

Hacía ya largo rato que la incomparable Formosanta se había ido a acostar. Había hecho colocar junto a su cama un pequeño naranjo en un cajón de plata para que su pájaro descansase. Sus cortinas se hallaban cerradas, pero no sentía ningún deseo de dormir. Su corazón y su imaginación estaban demasiado despiertos. El encantador desconocido se hallaba ante sus ojos, lo veía lanzando una flechó con el arco de Nemrod, lo contemplaba cortando la cabeza del león, recitaba su madrigal, finalmente lo veía escapar de la muchedumbre montado sobre su unicornio; entonces estallaba en sollozos y exclamaba entre lágrimas: -No lo veré nunca más, no volverá. -Volverá, señora - le repuso el pájaro desde lo alto de su naranjo -, ¿acaso puede alguien veros y no regresar para contemplaros?

Oh, cielos! ¡Poderes eternos! ¡Mi pájaro habla el más puro caldeo! -Diciendo estas palabras, abre las cortinas, le tiende los brazos, se pone de rodillas sobre el lecho.

-¿Sois acaso un dios que ha descendido sobre la tierra? ¿Sois el gran Orosmade escondido bajo ese hermoso plumaje? Si sois dios, devolvedme a ese joven.

-No soy más que un ave -replicó el otro -, pero nací en los tiempos en que todos los animales aún hablaban, cuando los pájaros, las serpientes, los asnos, los caballos y los grifos conversaban familiarmente con los hombres. No he querido hablar ante la gente, por temor a que vuestras damas de honor me tomasen por un brujo; sólo quiero descubrirme ante vos.

Formosanta, sobrecogida, extraviada, embriagada de tantas maravillas, agitada por la premura de formular cien preguntas a la vez, le preguntó primero qué edad tenía.

-Veintisiete mil novecientos años y seis meses, señora; tengo la edad de esa pequeña revolución del cielo que vuestros magos llaman la presesión de los equinoccios y que se cumple alrededor de cada veintiocho mil años de los vuestros. Hay revoluciones infinitamente más largas: por lo tanto nosotros tenemos seres mucho más ancianos que yo. Hace ya veintidós mil años que aprendí el caldeo en uno de mis viajes. Siempre he conservado mucho aprecio por la lengua caldea, pero otros animales compañeros míos han renunciado a hablar en vuestras regiones.

-¿Y esto a qué se debe, divino pájaro? -¡Ay!, es porque los hombres tomaron finalmente la costumbre de comernos, en vez de conversar e instruirse con nosotros. ¡Bárbaros! ¿No podían convencerse de que, teniendo los mismos órganos que ellos, las mismas necesidades, los mismos deseos, teníamos lo que se llama un alma tanto como ellos, que éramos sus hermanos, y que sólo era necesario cocinar y comerse a los malvados? Hasta tal punto somos vuestros hermanos que el Gran Ser, El ser eterno y formador, al hacer un pacto con los hombres nos comprendió expresamente en su tratado. Os prohibió alimentaros con nuestra sangre y a nosotros, alimentamos con la vuestra5.

"Las fábulas de vuestro anciano Locmanb6 traducidas a tantas lenguas, serán un testimonio que subsistirá eternamente del feliz comercio que habéis tenido otrora con nosotros. Todos comienzan con estas palabras: En las épocas en que los animales hablaban. Es cierto que hay muchas mujeres entre vosotros que siempre hablan a sus perros, pero éstos han decidido no responder desde que se los obligó a latigazos a participar en la caza y ser cómplices del asesinato de nuestros comunes, los ciervos, los gamos, las liebres y las perdices.

"Aún tenéis antiguos poemas en los cuales los caballos hablan, y vuestros cocheros les dirigen la palabra todos los días; pero lo hacen tan groseramente y pronunciando palabras tan infames que los caballos, que antaño os amaban tanto, os odian hoy en día.

"El país donde habita vuestro encantador desconocido, el más perfecto de los hombres, sigue siendo el único donde vuestra especie sabe aún amar a la nuestra y hablarle; es la única región de la tierra en donde los hombres son justos.

-¿Y dónde se halla ese país de mi querido desconocido? ¿Cuál es el nombre de este héroe? ¿Cómo se llama su imperio? Porque tanto creeré que él sea un pastor como que vos seáis un murciélago.

-Su país, señora, es el de los gangáridas, pueblo virtuoso e invencible que habita en la orilla oriental del Ganges. El nombre de mi amigo es Amazán. No es rey y no si desearía rebajarse a serlo; ama demasiado a sus compatriotas; es pastor como ellos. Pero no os imaginéis que esos pastores se asemejan a los vuestros, que apenas cubiertos por harapos andrajosos cuidan ovejas infinitamente mejor vestidas que ellos; que gimen bajo el fardo de la pobreza y que pagan a un explorador la mitad de los miserables salarios que reciben de sus amos. Los pastores gangáridas, nacidos todos iguales, son dueños de los rebaños innumerables que cubren sus prados eternamente floridos. Jamás se los mata: es un crimen horrible cerca del Ganges matar y comer a un semejante. Su lana, más fina y brillante que la seda más hermosa, es el mayor comercio de Oriente. Por otra parte, la tierra de los gangáridas produce todo lo que pueda halagar los deseos de los hombres. Esos grandes diamantes que Amazán tuvo el honor de ofreceros, son de una mina que le pertenece. Ese unicornio que le habéis visto montar es la montura ordinaria de los gangáridas. Es el más bello animal, el más fiero, el más terrible y el más suave que adorne la tierra. Bastarían cien gangáridas y cien unicornios para disipar innumerable armadas. Hace alrededor de dos siglos un rey de las Indias fue lo suficientemente loco como para querer conquistar esta nación: se presentó seguido de diez mil elefantes y de un millón de guerreros. Los unicornios atravesaron los elefantes, como he visto que se ensartan en un pinche de oro las alondras que se sirven en vuestra mesa. Los guerreros caían sobre la arena, bajo el sable de los gangáridas como las cosechas de arroz son cortadas por las manos de los pueblos de Oriente. Se tomó prisionero al rey con más seiscientos mil hombres. Lo bañaron con las aguas saludables del Ganges, lo pusieron al régimen del país, que consiste en alimentarse sólo de vegetales prodigados por la naturaleza para nutrir a todo lo que respira. Los hombres alimentados con carne y abrevados con licores fuertes tienen la sangre agriada y adusta, que los vuelve locos de cien maneras diversas. Su principal demencia es la de verter sangre de sus hermanos y devastar las planicies fértiles para reinar sobre cementerios. Se emplearon seis meses enteros en curar al rey de las Indias de su enfermedad. Cuando los médicos juzgaron finalmente que tenía el pulso mas tranquilo y el espíritu más sereno, dieron el certificado al consejo de gangáridas. Este consejo, luego de haber pedido su opinión a los unicornios, reenvió humildemente al rey de las Indias, a su tonta corte y a sus imbéciles guerreros a su país. Esta lección los volvió juiciosos, y, desde entonces, los hindúes respetan a los gangáridas; como los ignorantes que desean instruirse respetan entre vosotros a los filósofos caldeos, a quienes no pueden igualar.

-A propósito, mi querido pájaro -le dijo la princesa -, ¿existe una religión entre los gangáridas? -¿Si existe una? Señora, nos reunimos para dar gracias a Dios los días de luna llena; los hombres en un gran templo de cedro, las mujeres en otro, por temor a las distracciones. Todos los pájaros en un bosquecillo y los cuadrúpedos en una bella pradera. Agradecemos a dios por todos los bienes que nos ha otorgado. Tenemos, sobre todo, unos loros que predican maravillas.

"Tal es la patria de mi querido Amazán; es donde yo vivo, y siento tanta amistad por él como amor vos a él inspirado. Si me creéis, partiremos juntos y vos iréis a visitarlo.

-Verdaderamente, pájaro mío, cumplís muy bien con vuestro oficio -repuso sonriendo la princesa, que ardía en deseos de emprender el viaje y no osaba decirlo.

--Sirvo los deseos de mi amigo -dijo el pájaro - y, después de la felicidad de amaros, el mayor es servir a vuestros amores.

Formosanta ya ni sabía dónde se hallaba; se creía transportada fuera de la tierra. Todo lo que había visto durante aquel día, todo lo que veía, todo lo que oía y especialmente lo que sentía su corazón, la sumía en un embelesamiento que sobrepasaba muy de lejos a aquel que experimentan hoy los afortunados musulmanes cuando, separados de sus lazos terrestres, se ven en el noveno cielo en brazos de los huríes, rodeados y penetrados por la gloria y la felicidad celeste.





5 Capítulo IX del Génesis y capítulos 3, 18 y 19 del Eclesiastés. (Nota de Voltaire))


6 Se trata en realidad de 41 fábulas de Esopo traducidas en el siglo XIII al sirio ylidad de 41 fábulas de Esopo traducidas en el siglo XIII al sirio y luego al árabe y atribuidas a Locman el Sabio, soberano legendario del Asia preislámica.


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