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Los unicornios, en menos de ocho días, llevaron a Formosanta, a Irla y al fénix a Cambalu11, capital de la China. Era una ciudad más grande que Babilonia y de una magnificencia totalmente diferente. Los nuevos objetos, las nuevas costumbres, habrían divertido a Formosanta si hubiese podido interesarse en otra cosa que no fuera Amazán.
Apenas el emperador de la China supo que la princesa de Babilonia estaba ante una de las puertas de la ciudad, envió cuatro mil mandarines en traje de ceremonia; todos se prosternaron ante ella y le presentaron cada uno sus cumplidos escritos en letras de oro en una hoja de seda púrpura. Formosanta les dijo que si ella supiese cuatro mil lenguas, no dejaría de responder inmediatamente a cada mandarín, pero que sabiendo solamente una, les rogaba que aceptaran que se sirviese de ellas para agradecerles a todos en general. La condujeron respetuosamente ante el emperador.
Era el monarca más justo de la tierra, el más cortés y el más sabio. Fue él12 el primero en cultivar un terreno con sus manos imperiales para que la agricultura se tornase digna de respeto ante los ojos de su pueblo. Fue el primero en establecer premios a la virtud. Las leyes, como en todos lados por otra parte, se habían limitado vergonzosamente hasta entonces a castigar los crímenes. Este emperador acababa de echar de sus estados a un grupo de bonzos extranjeros que habían venido del extremo de occidente, con el deseo insensato de obligar a toda la China a pensar como ellos y que, con el pretexto de anunciar verdades, habían adquirido ya riquezas y honores. Les había dicho, al echarlos, estas palabras registradas exactamente en los anales del imperio:
-Podríais hacer aquí tanto mal como habéis hecho en otras partes; habéis venido a predicar dogmas de intolerancia en la nación más tolerante de la tierra. Os envío de regreso para no estar obligado a castigaras: Seréis vueltos a conducir honorablemente hasta mis fronteras; se os suministrará todo para que podáis regresar a los límites del hemisferio de donde habéis partido. Id en paz si podéis estar en paz, y no regreséis más.
La princesa de Babilonia se enteró con alegría de este razonamiento y de este discurso: se sentía así más segura de ser bien recibida en la corte, porque estaba bien lejos de sostener dogmas intolerantes. El emperador de la China, cenando con ella, tuvo la cortesía de eliminar toda molesta etiqueta; ella le presentó al fénix, quien fue muy acariciado por el emperador y se posó sobre un sillón. Formosanta, al finalizar la comida, le confió ingenuamente el objeto de su viaje y le rogó que hiciera buscar en Cambalú al bello Amazán, cuya aventura le narró, sin ocultarle para nada la fatal pasión que en su corazón ardía por este joven héroe.
-¿A quién le habláis de esto? --dijo el emperador de la China - Me ha dado el placer de venir a mi corte; me ha encantado este amable Amazán; es cierto que se halla profundamente afligido; pero sus gracias sólo se tornan así más conmovedoras; ninguno de mis favoritos tiene más talento que él, ningún mandarían de toga tiene conocimientos más amplios; ningún mandarín que ciña espada parece más marcial ni más heroico; su extrema juventud da mayor valor a todos sus talentos, si yo fuese tan infeliz, tan abandonado por Tien y Chagti13 como para querer ser un conquistador, pediría a Amazán que se pusiese a la cabeza de mis ejércitos, y me sentiría seguro de triunfar sobre el universo entero. Es realmente lamentable que su pena turbe algunas veces su inteligencia.
-¡Ah, señor! -dijo Formosanta con aire excitado y con un tono de dolor, de emoción y de reproche -, ¿por qué no me habéis hecho cenar con él? Me hacéis morir; ordenad que le rueguen venir enseguida. -Señora, ha partido esta mañana y no ha dicho hacia qué comarca dirigía sus pasos.
Formosanta se volvió hacia el fénix:
-Y bien -dijo -, oh fénix, ¿habéis visto alguna vez una doncella más desgraciada que yo? Pero, señor -continuó -, ¿cómo, por qué ha podido abandonar una corte tan refinada como la vuestra, en la cual uno quisiera pasar toda la vida?
-He aquí, señora, lo que ha sucedido. Una princesa de sangre real, de las más dignas de amor, se apasionó por él y le dio cita en su casa al mediodía; él partió apenas despuntó el día y dejo esta esquela, que á costó muchas lágrimas a mi parienta:
"Hermosa princesa del linaje de China, merecéis un corazón que no haya sido jamás más que vuestro; he jurado a los dioses inmortales no amara nadie más que a Formosanta, princesa de Babilonia, y enseñarle cómo se pueden vencer las pasiones durante los viajes; ella tuvo la desgracia de sucumbir ante el indigno rey de Egipto, soy el más desgraciado de los hombres; he perdido a mi padre y al fénix, y la esperanza de ser amado por Formosanta; he dejado a mi madre . en la aflicción, a mi patria, ya no podía vivir ni un momento en los lugares donde supe que Formosanta amaba a otro que no era yo he jurado recorrer la tierra v serle fiel. Vos me despreciarías y los dioses me castigarían, si violase mi juramento; buscad un amante, señor, y sedle tan fiel como yo."
-Ah, dadme esa carta asombrosa -dijo la hermosa Formosanta -, ella será mi consuelo; soy feliz en mi infortunio. Amazán me ama; Amazán renuncia por mí a la posesión de princesas de la China; él es el único en toda la tierra capaz de obtener tal victoria; me da un maravilloso ejemplo; el fénix sabe bien que no lo necesito; es muy cruel ser privado de un amante por un beso inocente dado por pura fidelidad. Pero, finalmente, ¿adónde ha ido? ¿Qué camino ha tomado? Dignaos decírmelo y parto.
El emperador de la China le respondió que creía, de acuerdo con los relatos que le habían hecho, que su amante había tomado el camino que llevaba a Escitia. Inmediatamente se engancharon los unicornios y la princesa, después de los más tiernos adioses, se fue con el fénix, su mucama y todo su cortejo.
Apenas estuvo en Escitia14, vio hasta qué punto los hombres y los gobiernos difieren y diferirán siempre que llegue el tiempo en que algún pueblo más iluminado que los otros comunique su luz de uno a otro, después de mil siglos de tinieblas, y se encuentren en los climas bárbaros almas heroicas que tengan la fuerza y la perseverancia de cambiar los brutos en hombres. No había ciudades en Escitia y por lo tanto tampoco artes agradables. No se veían más que vastas praderas y naciones enteras bajo las carpas y sobre los carros. Su apariencia causaba terror. Formosanta preguntó en qué carpa o en qué carreta se albergaba el rey. Se le dijo que hacía ocho días se había puesto en marcha a la cabeza de trescientos mil hombres de caballería para ir al encuentro del rey de Babilonia, cuya sobrina, la hermosa princesa Aldé había raptado.
-¡Raptó a mi prima! -exclamó Formosanta -; no esperaba esta nueva aventura. ¡Qué! Mi prima, que demasiado feliz debía sentirse al estar en mi corte, se ha vuelto reina y yo aún no me he casado -se hizo conducir inmediatamente a las carpas de la reina.
Su inesperada reunión en climas lejanos y las cosas singulares que mutuamente tenían para contarse, dieron a su entrevista un encanto que les hizo olvidar que nunca se habían querido; se volvieron a ver con entusiasmo; una dulce ilusión ocupó el lugar de la verdadera ternura; se abrazaron llorando y hubo entre ellas cordialidad y franqueza dado que la entrevista no se realizaba en un palacio.
Aldé reconoció al fénix y a la confidente Irla; dio pieles de cibelina a su prima, quien a su vez le dio diamantes. Se habló de la guerra que los dos reyes emprendían, se lamentó la condición de los hombres, a quien los monarcas envían al degüello por diferencias que dos justos podrían conciliar en una hora, pero sobre todo se habló del hermoso extranjero vencedor de los leones, dador de los diamantes más grandes del universo, compositor de madrigales, poseedor del fénix, transformado en el más desdichado de los hombres por el informe de un mirlo.
-Es mi querido hermano -decía Aldé. -Es mi amante -exclamó Formosanta -, sin duda lo habéis visto; quizás aún se halla aquí, porque, prima mía, él sabe que es vuestro hermano: no os habrá dejado tan bruscamente como dejó al rey de la China. -¡Sí que lo he visto, grandes dioses! -replicó Aldé -. Pasó cuatro días enteros conmigo. ¡Ah, prima mía, cuán digno de lástima es mi hermano! Un falso informe lo ha vuelto completamente loco, corre por el mundo sin saber adónde va. Figuraos que ha llevado su demencia hasta rechazar los favores de la más hermosa escita de toda Escitia. Partió ayer después de haberle escrito una carta que la ha desesperado. En cuanto a él, ha sido a la tierra de los cimerios.
-¡Alabado sea Dios! -exclamó Formosanta -, ¡un rechazo más a mi favor! Mi felicidad ha sobrepasado todos mis temores. Haced que me den esa carta encantadora así parto, así lo sigo, con las manos llenas de sus sacrificios. Adiós, prima mía; Amazán está en la tierra de los cimerios, hacia allí vuelo.
A Aldé le pareció que la princesa su prima estaba aún más loca que su hermano Amazán. Pero como ella misma había sentido los efectos de esta epidemia, como había dejado las delicias y la magnificencia de Babilonia por el rey de los escitas, como las mujeres siempre se interesan en las locuras que el amor causa, se enterneció verdaderamente por Formosanta, le deseó un feliz viaje, y le prometió ayudarla en su pasión si alguna vez tenía la felicidad de ver a su hermano