Johann Wolfgang von Goethe
Werther
Texto

Post-Scriptum

«»

Enlaces a las concordancias:  Normales En evidencia

Link to concordances are always highlighted on mouse hover

Post-Scriptum


19 de abril

Te agradezco tus dos cartas. No he contestado porque para enviarte ésta, esperaba recibir el cese de la corte; temía que mi madre influyera con el ministro y acabara con mis planes; pero ya está todo arreglado, pues mi renuncia ha sido aceptada. No te diré la repugnancia con que han accedido a mis deseos, no lo que me escribe el ministro, porque aumentarían tus lamentaciones. El príncipe heredero me ha dado una gran suma de despedida; 25 ducados, escribiéndome palabras que me han enternecido hasta las lágrimas. No necesito entonces el dinero que últimamente había solicitado a mi madre.


5 de mayo

Salgo mañana y como sólo son seis millas de camino al lugar donde nací, quiero volver a verle y recordar los días de mi infancia, que fueron como un sueño.

Quiero entrar por la misma puerta por donde salí con mi madre cuando, después de morir mi padre, abandonó esta querida y tranquila aldea para encerrarse en esa espantosa ciudad. Adiós, Guillermo; ya sabrás de mi viaje.


9 de mayo

He visitado el pueblo que me vio nacer, con la devoción de un peregrino, impresionándome una parte de sentimientos que no esperaba. Hice detener el coche cerca del gran tilo que hay a un cuarto de legua de la población, al sur; me bajé y mandé al cochero que fuera adelante, para seguir yo a pie y saborear todos los recuerdos con la viveza y plenitud de la novedad. Me detuve bajo el tilo que en mi infancia fue objeto y final de mis paseos. ¡Qué diferencia! Entonces, con dichosa ignorancia, me lanzaba con ímpetu hacia ese mundo desconocido en que esperaba encontrar mi corazón todo el alimento, todas las venturas que debían colmar y satisfacer la efervescencia de mis deseos. Ahora vuelvo ya de ese vasto mundo y ¡oh, amigo!, ¡cuántas esperanzas perdidas!, ¡cuántos planes destruidos! Aquí tengo frente a mí las montañas que mil veces contemplé como el objeto de mi deseo.

En aquella época podía quedarme en estos sitios durante horas, pensando escalar esas alturas, llevando mi pensamiento al fondo de los valles y de las alamedas que veía entre las tintas suaves del crepúsculo; y cuando llegaba el momento de regresar a casa, abandonaba este paraje querido con inefable pena. Al acercarme al pueblo he saludado todos los viejos pabellones de los jardines, mis antiguos conocidos. Las nuevas casas no me gustan, como todos los cambios que he visto. Pasé la puerta de entrada a la población y sí que me hallé dentro de mis recuerdos. Amigo mío, no quiero abundar en detalles; la relación sería tan pesada como grande ha sido el placer que he tenido. Pensaba quedarme en la plaza, justo al lado de nuestra antigua morada. Vi al pasar que la escuela, donde una buena vieja nos reunía cuando chicos, se había convertido en una especiería. Recordé la inquietud, los temores, los apuros y las aflicciones que había sufrido en aquella especie de agujero. No daba un paso que no me produjera emoción. No encuentra un peregrino en Tierra Santa tantos lugares consagrados por recuerdos religiosos y dudo que su ser sienta emociones tan puras. Ahí va una entre mil: bajé por la orilla del río adelante hasta una alquería, adonde iba yo con mucha frecuencia: es un paraje pequeño, donde los muchachos nos divertíamos en lanzar piedras a la superficie del agua para ver quién las hacía rebotar mejor.

Recordé vívidamente que me detenía a veces a ver correr el agua, formándome las ideas más hermosas de su curso; recordé las caprichosas pinturas que hacía de los paisajes donde aquella corriente debía ir a parar; recordé que pronto hallaba mi imaginación los límites de esos países y que, no obstante, yo iba más lejos, siempre, y acaba perdido en la contemplación de un paisaje lejano y vaporoso. Amigo: así, con esta felicidad, vivieron los venerables padres del género humano: tan infantiles fueron sus impresiones y su poesía. Cuando Ulises habla del mar inmenso y de la tierra ilimitada, su lenguaje es real, humano, íntimo, sorprendente y misterioso. ¿De qué me sirve repetir con todos los colegiales que la Tierra es redonda? ¡La Tierra! Sólo necesita el hombre algunas paletadas para su goce y aún menos para su descanso eterno.

Estoy ahora en la casa de campo del príncipe. Se vive muy bien con él; es la verdad y la sencillez en persona; pero está rodeado de gente singular que no acabo de entender. Sin tener el aspecto de unos bribones, tampoco tienen el de los hombres de bien. Algunas veces los considero respetables y, sin embargo, no alcanzo a confiar en ellos.

Me molesta que el príncipe hable a menudo de cosas que ha oído decir o que ha leído, copiando siempre servil lo que lee y lo que oye. Añade a esto que tiene en más mi talento que mi corazón, este corazón, única cosa que me enorgullece, única fuente de fuerza, de felicidad y de infortunio. ¡Ah! Lo que yo cualquiera lo puede saber; pero mi corazón sólo lo tengo yo.


25 de mayo

Me rondaba una idea en la cabeza de la que no quería hablar sino después de llevarla a cabo; ahora que no sucederá puedo hablar de ella. Quería ir a la guerra y este deseo ha ocupado mi corazón mucho tiempo; motivo primordial que me llevó a acompañar al príncipe, que es general al servicio de Prusia. Un día que paseábamos, le revelé mi intención y el se esforzó en disuadirme; si no hubiera escuchado sus razones, hubiera habido en mí más pasión que capricho.


11 de junio

Di lo que quieras, no puedo permanecer más tiempo. ¿Qué haría aquí? El príncipe me trata muy bien, como puede tratarse a un hombre y, sin embargo, no estoy a gusto; el tiempo se me hace eterno. En el fondo, no tenemos nada en común. Es hombre de talento, pero adocenado. Su plática no tiene para mí mayor atractivo que la lectura de un libro bien escrito. En ocho días volveré a ir a vagar de un lado a otro. Lo mejor que he hecho han sido mis dibujos. El príncipe es aficionado al arte y hasta llegaría a ser inteligente si no estuviera tan atado al principio pedantesco de las reglas y la terminología. Me molesta a veces y me impacienta cuando enardecido por la inspiración, le hago recorrer los campos de la naturaleza y del arte, y él cree actuar de maravilla intercalando una palabra teórica o un término de ciencia.


16 de julio

No soy más que un peregrino que vaga por el mundo. ¿Eresdiferente?


18 de julio

¿Adónde deseo ir? Te lo diré con confianza. Estaré aquí unos 15 días y luego haré creer que deseo visitar las ruinas de ***, aunque en realidad no hay nada de ello; sólo quiero acercarme a Carlota, ésa es la verdad. Me río de mi propio corazón y al fin concluyo por hacer lo que él quiere.


29 de julio

No, ¡todo está en orden! ¡Todo está de maravilla! ¡Yo, su marido! ¡Oh, Dios mío, si me hubieras destinado tanta dicha, mi vida sólo habría sido una adoración continua! No quiero discutir. Perdóname las lágrimas; perdóname los deseos ilusorios. ¡Ella mi esposa! ¡Estrechar en mis brazos a la criatura más peregrina que vive bajo el Sol! Un temblor mortal se apodera de mí, Guillermo, cuando Alberto se permite ceñir con su brazo su cintura pequeña.

¿Y me atreveré a decirlo? ¿Por qué no? Sí, amigo mío, ella había sido más feliz conmigo de lo que es con él. ¡Oh! No es hombre propicio para satisfacer todos los anhelos de un corazón como el de ella. Carece de cierta sensibilidad, no tiene… ¡Tómalo como quieras! Su corazón no simpatiza con los nuestros al leer el pasaje de un libro querido, en que el mío y el de Carlota se unen y laten al mismo tiempo juntos, ni en otros cien casos en que llegamos a decir nuestros sentimientos sobre la acción de un tercero. Pero, Guillermo, ¿es verdad que él la ama con toda el alma y que no merece semejante amor? Un hombre insoportable ha venido a interrumpir. Mi llanto se ha agotado. Estoy trastornado. Adiós, amigo.


4 de agosto

No es sólo a mí a quien sucede esto. Todos los hombres se ven frustrados en sus esperanzas, engañados en lo que esperan. Visité a la buena campesina bajo los tilos; el mayor de sus hijos corrió hacia mí; los alegres gritos que daba atrajeron a la madre, que pasaba triste, abatida.

-Mi buen señor! -fue su primera frase al verme. ¡El pobre Juanito se me murió!

Juan era el menor de sus hijos.

Yo guardé silencio.

-Mi marido -siguió - , ha vuelto a Suiza y no ha traído nada; sin las buenas almas, se habría visto reducido a mendigar para volver y en el camino ha tenido fiebres.

No atiné a decir nada. Le di alguna cosa al niño y ella me rogó que aceptara unas manzanas. Las tomé y me alejé de un lugar con tan tristes recuerdos.


21 de agosto

En un abrir y cerrar de ojos, todo cambia para mí. A veces, un agradable rayo de la vida arroja una vislumbre, una media claridad en la oscuridad de mi alma y desaparece al momento. Si me pierdo en mis sueños, no puedo sino detenerme en este pensamiento: “Si se muriera Alberto… tú serías… ella sería… Y yo…” Entonces me echo a correr, persigo a un fantasma, hasta que me conduce al borde del abismo cuya vista me estremece.

Si salgo de la ciudad y me encuentro en ese camino que seguí la primera vez para ir a buscar a Carlota y llevarla al baile, ¡cuán cambiado luce todo a la vista! ¡Todo se ha desvanecido! Ya no queda ni un rasgo de ese mundo que ha pasado, ni una emoción de los sentimientos que entonces me agitaron. Soy semejante a la sombra de un príncipe con poder, que al salir de la tumba para ver de nuevo el lujoso palacio que para su amado hijo construyó y alhajó con todo el esplendor y magnificencia, no encuentra más que escombros, tristes ruinas llenas de polvo y sepultadas bajo cenizas.


3 de septiembre

Muchas veces no alcanzo a comprender cómo puede amarla otro, cómo se atreve a hacerlo, ¡siendo mi amor por ella tan inmenso, profundo y único! ¡No conozco, no siento, no veo más que a ella!


4 de septiembre

Sí, así es. Al mismo tiempo que la naturaleza anuncia la cercanía del otoño, siento el otoño dentro de mí y a mi alrededor. Mi hojas amarillean y las de los árboles vecinos se han caído ya. ¿He vuelto a hablarte de aquel joven de la aldea que conocí cuando vine por primera vez a este lugar? He pedido en Wahlheim noticias tuyas y me han dicho que después de echarle de la casa donde servía, nadie ha vuelto a saber de él. Ayer le encontré casualmente, camino a otra aldea; le hablé y me contó su historia, que me ha causado gran impresión, como comprenderás fácilmente cuando te la transmita. ¿Pero a qué llevan estos detalles? ¿No debía yo guardar para mí lo que me aflige y angustia? ¿Por qué he de entristecerte también? ¿Por qué he de darte sin parar ocasión para que me compadezcas y regañes? ¡Bah! Acaso no es mía la culpa, sino de mi estrella.

Este hombre contestó a mis primeras preguntas con sombría tristeza, en la que me pareció ver alguna confusión; pero en breve, como si entendiera con quién hablaba y me reconociera, me confesó con franqueza sus errores y deploró su infelicidad. ¡Que no pueda yo, amigo, recordar una a una sus palabras! Confesaba (sintiendo al hacer memoria de ello un tipo de alegría y placer) que su amor hacia su ama fue aumentando cada vez más, al grado de no saber lo que hacía ni, hablándote en su lenguaje, dónde tenía la cabeza. No podía beber, comer ni dormir; esto lo martirizaba y hacía lo que no debía hacer, y olvidaba lo que le habían ordenado; parecía que tuviera un demonio en el cuerpo y, por último, un día que ella estaba en una habitación de un piso alto, la siguió o, más bien, se sintió arrastrado en su busca. Rogó sin resultado y pretendió usar la fuerza. Ignoraba cómo pudo llegar a tal extremo y ponía a Dios como testigo de que siempre había pensado en ella con total pureza y de que su más vehemente deseo había sido casarse para pasar la vida entera con ella. Después de platicar un rato, titubeó, como al que le falta algo que decir y no se atreve a seguir. Al final, me confesó tímido que ella le solía tolerar ciertas confianzas y le había concedido algunos favores ligeros. Interrumpió dos o tres veces el relato para repetirme que no decía esto “por ponerla en mal”, que la quería tanto como antes; que jamás había hablado con nadie de estas cosas y que sólo me las decía para que me convenciera de que él no era un malvado ni un insensato.

Y ahora, amigo mío, vuelvo a mi eterna frase: ¡si pudiera pintarte a este muchacho tal como estaba, tal como lo veían mis ojos! ¡Si pudiera decirte todo a la perfección, para que comprendieras cómo me interesa, cómo debo interesarme por él! Basta; sabes lo que me pasa, sabes cómo soy y sabes demasiado bien cuánto me atraen los desdichados y, sobre todo, éste de quien te hablo.

Al releer lo escrito observo que se me olvidaba mencionar el fin de la historia, que se adivina con facilidad. La viuda se defendió; llegó su hermano, que hacía mucho odiaba al sirviente y deseaba sacarle de la casa por temor de que un nuevo matrimonio de la hermana dejara a sus hijos sin una herencia que esperaban con vehemencia, pues aquélla no tenía sucesión directa; este hermano puso al criado en la calle y armó tal escándalo sobre lo sucedido, que aunque la viuda hubiera deseado recibir de nuevo al joven, no se hubiera atrevido. Dicen que también ahora está que trina el hermano con otro criado que tiene la susodicha, respecto al cual aseguran que se casará con ella, cosa que el antiguo está decidido a no sufrir mientras viva.

No he exagerado ni retocado esta historia; hasta puedo decir que la he contado tenue, muy tenuemente, y que ha perdido mucho de su sencillez, porque la he encerrado en el modelo de nuestro lenguaje usual y muy circunspecto.

Esta pasión, que encarna tanto amor y fidelidad, no es una ficción de poeta; vive, centellea en toda su pureza en estos hombre que apellidamos incultos y groseros; nosotros, gente civilizada hasta el punto de no ser ya nada.

Lee esta historia con recogimiento; te lo ruego. Yo, escribiéndote hoy estas cosas, estoy calmado, ya lo ves; ni me precipito ni me confundo como suelo hacer. Lee, querido Guillermo, y piensa bien que ésta es además la historia de tu amigo. Si, esto es lo que ha pasado; esto es lo que me ocurrirá a mí, que no tengo la mitad del valor y de la resolución de este pobre diablo, con el que apenas me atrevo a compararme.


5 de septiembre

Carlota escribió una carta a su marido, que estaba en el campo, donde lo detenían los negocios. La carta comenzaba así: “Querido, queridísimo: vuelve lo más pronto que puedas; te espero con impaciencia…” Uno que llegó trajo la noticia de que algunas ocupaciones impedirían a Alberto volver pronto. La carta quedó sin concluir sobre la mesa y por la noche vino a dar a mis manos. La leí y sonreí. Carlota me preguntó qué me causaba hilaridad. “La imaginación es una cosa divina”, dije; “por un momento me he imaginado que este texto es para mí”. No contestó; creo que le molestó mi ocurrencia. Yo permanecí callado.


6 de septiembre

Mucho trabajo me ha costado decidirme a dejar el frac azul que llevaba cuando bailé con Carlota por primera vez; pero ya estaba inservible.

Me he encargado otro idéntico, con cuello y vuelos iguales, y una chupa y unos calzones amarillos, como los que tenía. Bien que no es lo mismo llevar uno que otro; sin embargo… ¿quién sabe? Imagino que con el tiempo, le tocará al nuevo su turno y será el favorito.


12 de septiembre

Como Carlota fue a ver a Alberto, ha estado ausente algunos días. Hoy, al entrar en su habitación, salió a mi encuentro y le besé la mano con gran júbilo.

Sobre un espejo había un canario que voló a sus hombros. Tomándole entre los dedos, me dijo:

-Es un nuevo amigo que destino a mis niños. Es muy bonito, míralo. Cuando le doy pan, entretiene ver cómo agita la alas y picotea. También me besa; velo.

Acercó su boca al pajarito y éste se plegó con tanto amor contra sus dulces labios, como si entendiera la felicidad que gozaba.

-Quiero también que te un beso -dijo ella - , acercando el pájaro a mi boca.

Éste trasladó su piquito desde los labios de Carlota hasta los míos y sus picotazos eran como un soplo de felicidad inefable.

-Sus besos -dije - , no son del todo desinteresados; busca comida y cuando no la encuentra en las caricias que le hacen, se retira triste.

-También como en mi boca -exclamó Carlota - , dándole algunas migajas de pan en sus labios entreabiertos, sobre los que sonreía con voluptuosidad el placer de un inocente amor correspondido.

Volví la cabeza. Ella no debía hacer lo que hacía; ella no debía inflamar mi imaginación con estos transportes candorosos de alegría pura, ni despertar mi corazón del sueño en que lo arrulla a veces la indiferencia de la vida. ¿Y por qué no? Es que confía en mí, es que sabe de qué modo la amo.


15 de septiembre

En verdad, Guillermo, que hay para darse al diablo cuando se ven personas tan desprovistas de razón y de sentimiento que desconocen lo poco que de valioso tiene este mundo. Tú recordarás aquellos nogales del presbiterio a cuya sombra me sentaba con Carlota. ¡Cuánto me alegraba el corazón la vista de estos magníficos árboles y cuánto embellecían el patio! ¡Cuánta frescura había en su sombra y cuánta majestad en su follaje! Eran recuerdos vivos de los respetables párrocos que en un tiempo ya lejano, los habían plantado.

El maestro de escuela nos ha citado muchas veces el nombre de uno de ellos, nombre que había oído a su abuela, y parece que era una persona dignísima. Por eso, cuando me sentaba debajo de estos árboles, en este recuerdo había algo querido y sagrado para mí.

Ayer deplorábamos que los hayan cortado; el maestro de escuela lloraba. ¡Cortado! Tengo tal indignación, que sería capaz de matar al miserable que les dio el primer hachazo.

Si yo fuera dueño de dos árboles parecidos, sería suficiente ver a uno secarse de viejo para desesperarme. Juzga por esto lo que me afecta el sacrilegio cometido. ¿De qué sirve la conciencia a los hombres? Todo el pueblo murmura y la mujer del cura actual comprenderá la herida que ha abierto en los instintos de los buenos aldeanos, cuando recoja la manteca, los huevos y los demás tributos. Porque ella, esposa del nuevo párroco (el que conocí también falleció), es la autora; ella, criatura flacucha y enclenque, que hace muy bien en no interesarse por nadie en el mundo, porque nadie comete la sandez de preocuparse por ella; marisabidilla que se atreve a disertar sobre los cánones de la iglesia y a trabajar para la reforma crítico-moral del cristianismo, encogiéndose de hombros antes las ideas de Lavater; mujer, en fin, cuya salud débil no resiste la más inocente diversión. Sólo un bicho así hubiera podido cortar los nogales. ¿Entiendes?

Parece que las hojas que se caían, además de ensuciar el patio de esta señora, lo llenaban de humedad. Además, las ramas quitaban la luz y cuando maduraban las nueces, los niños se entretenían en tirarlas a pedradas, lo cual alborotaba los nervios de la pobre, robándole la tranquilidad en sus profundas meditaciones, cuando examinaba y comparaba las opiniones de Kennicot, Semler y Michaelis. Al avistar con la gente de la aldea, después de tan lindo descubrimiento, le pregunté, sobre todo a los ancianos, por qué lo habían permitido.

-¿Y qué quieres? -me respondieron - ; cuando el alcalde manda una cosa, ¿quién puede oponerse?

Hay, sin embargo, en este negocio un lado cómico. El alcalde y el cura (porque éste pensaba sacar algún provecho del disparate cometido por su mujer, que a menudo le quema la sangre) pensaban repartirse el producto de los árboles cortados; pero el administrador de rentas lo supo y tiro el plan, haciendo valer antiguos derechos sobre el patio del presbiterio donde estaban los nogales, que fueron vendidos en subasta pública.

En resumen, ya no hay nogales… ¡Oh, si fuera príncipe! Diría a la mujer del cura, al alcalde y al administrador¡Príncipe! ¡Bah! Si yo fuera príncipe, ¿qué me importarían los árboles de mi país?


10 de octubre

Me es suficiente ver sus ojos negros para ser feliz. Lo que me apena es que Alberto no parece tan feliz como él esperaba y como él mismo creía. ¡Ah! Si yo… No me gusta emplear reticencias; pero aquí no puedo expresarme en otra forma… y creo que me hago entender con completa claridad.


12 de octubre

Ossian ha desbancado a Homero en mi espíritu. ¡A qué mundo nos transportan los sublimes cantos de aquel poeta! ¡Vagar por los matorrales, aspirar el viento de tormenta, que columpia en las nubes las sombras de los antepasados a los pálidos rayos de luna; oír quejarse en la montaña la voz del torrente de la selva y el gemido sordo de los espíritus en sus cavernas y los lamentos de la joven agonizante al pie de cuatro piedras cubiertas de musgo, bajos la cuales descansa el héroe glorioso que fue su amante! ¡Oh!, cuando en aquel desierto contemplo el bardo encanecido por los años, que busca las huellas de sus padres y sólo halla sus sepulcros y sollozante voltea hacia la estrella de la tarde, medio escondida entre el oleaje de una mar intranquila; cuando veo que renace el pasado en el alma del héroe, como en los tiempos en que la misma estrella brillaba sobre los bravos guerreros o la Luna contribuía con su propia luz al regreso de sus naves victoriosas; cuando leo en su frente su hondo pesar y le veo solo en el mundo andando trémulo hacia la tumba, saboreando una suprema y dolorosa alegría en la aparición de los fantasmas inmóviles de sus padres; cuando le oigo gritar, absorto en la tierra seca y la hierba doblada por el viento: “El viajero vendrá; vendrá quien me ha conocido en mi esplendor y preguntará por el hijo de Fingal. Y su pie hundirá en mi tumba mientras su voz llamará en vano…” Entonces, amigo mío, quisiera, como un leal escudero, sacar la espada y librar a mi príncipe de las penas de una vida que es una muerte lenta, hiriéndome después a mí mismo, para enviar mi ser en pos del alma del héroe liberado.


19 de octubre

¡Ay de mí! ¡Este vacío, horrible vacío que siente mi alma! Muchas veces me digo: “Si pudiera tan sólo un momento estrecharla contra mi pecho, todo este vacío quedaría cubierto”.


26 de octubre

Sí, mi amigo; cada día estoy más convencido de que la vida de una criatura vale muy poco. Ayer fue Carlota a ver a una amiga suya. Entré a una pieza inmediata y tomé un libro para distraerme; pero no tenía la cabeza tan despejada como para atender la lectura. Tomé la pluma para escribir. que hablaban en voz baja. Platicaron de cosas irrelevantes, de las novedades que se daban en el pueblo, de que tal persona se había casado y otra había caído muy enferma.

-Tiene una tos seca -dijo la amiga - ; las mejillas hundidas, la cara más larga. A veces, pierde el conocimiento. No daría yo mucho por su vida.

-M. N. -dijo Carlota - , está también muy echado a perder.

-Es verdad -repuso la otra - , tiene el cuerpo hinchado de un modo que preocupa.

Así hablaban con tranquilidad, mientras yo me transportaba con la imaginación al lado de éstos y veía con qué ansiedad sentían que se les iba la vida y cómo se aferraban a la esperanza más tenue. Después de todo, estas jóvenes hablaban del asunto como habla todo el mundo cuando se trata de la muerte de una persona ajena. Yo, mirando alrededor de mí, viendo colocados acá y allá los vestidos de Carlota y los papeles de Alberto sobre los muebles, que han llegado a serme conocidos, hasta el punto de notar el menor cambio; me decía a mí mismo: “Puede asegurarse que en esta casa eres todo para todos; tus amigos te honran, tú ayudas a su alegría, y parece que no podrían vivir los unos sin los otros. Sin embargo, si tú te alejaras de ellos, sentirían… ¿cuánto tiempo sentirían el vacío que tu pérdida daría a sus vidas? ¡Ah!, el hombre es tan versátil por naturaleza, que aun donde tenga seguridad de ser querido, aun ahí donde pueda dejar un recuerdo hondo de su vida o de su paso en la memoria y en el espíritu de los que quiere, aun ahí debe apagarse y desaparecer; y esto, ¡ay!, demasiado rápido”.


27 de octubre

Es cosas de rasgarse el pecho y romperse la cabeza el considerar lo poco que valemos unos para otros. ¡Ay de mí! Nadie me dará el amor, la alegría, el placer de las felicidades que no siento dentro de mí. Y aunque yo tuviera el alma llena de las más dulces sensaciones, no sabría hacer feliz a quien en la suya no tuviera nada.


27 de octubre, por la noche

¡Siento tantas cosas… y mi pasión por ella devora todo! ¡Tantas cosas! Y sin ella, todo se reduce a nada.


30 de octubre

Más de cien veces he estado cerca de arrojarme a su cuello. Sólo Dios sabe lo que me cuesta mirar y remirar tantos encantos, sin atreverme a extender mis brazos hacia ella. Apoderarse de lo que se ofrece a nuestra mirada y nos impresiona, ¿no es un instinto natural del hombre? ¿No echa mano el niño a todo cuanto le agrada? ¡Y yo!


3 de noviembre

Sólo Dios sabe cuántas veces he dormido con el deseo y la esperanza de no despertar. Y al siguiente día, abro los ojos, vuelvo a ver la luz solar y siento de nuevo el peso de la miseria.

¡Ah! Si yo fuera un caprichoso, podría descargar en el mal tiempo, en una tercera persona, en una empresa fracasada, la culpa de mi disgusto y el insoportable fondo de mi desolación sólo pasaría sobre mí a medias. Por desgracia, comprendo que la culpa es sólo mía. ¡La culpa! No. Bastante es ya que lleve en mí la fuente de todos los dolores, como hace poco llevaba el manantial de todos los goces. ¿No soy siempre aquel que antes se deleitaba con los más puros goces de una exquisita sensibilidad, que a cada paso creía descubrir un paraíso, y cuyo corazón, abierto a un amor ilimitado, era capaz de abrazar al mundo entero? Este corazón está muerto ahora, cerrado a todas las sensaciones; mis ojos están secos y mis acerbos dolores, que no tienen salida, llenan de prematuras arrugas mi frente. ¡Cuánto sufro! He perdido ese don del cielo que, por sí solo, embellecía mi vida, esa fuerza vivificante que me hacía crear mundos alrededor de mí. Cuando desde mi ventana contemplo el horizonte y tras la cumbre de las colinas el sol disipa las brumas matinales y desliza sus primero rayos hasta el fondo de los valles, mientras el sosegado río corre mansamente hacía mi, serpenteando entre los viejos troncos de los sauces desnudos; este admirable cuadro, ahora inanimado y frío como una estampa de color; este espléndido espectáculo, que otras veces ha hecho desbordarse a mi corazón, no vierte ahora en él una sola gota de entusiasmo o conformidad. Ahí esta el hombre inmóvil; árido, frente a su Dios, siendo un pozo vacío, una cisterna, cuyas piedras se han roto con la sequía. Muchas veces me he arrodillado para pedir lágrimas al Señor, como el labrador implora la lluvia cuando ve sobre su cabeza un cielo rojo y a sus pies, la tierra que muere de sed. Pero, ¡ay!, Dios no concede la lluvia ni el sol a nuestros ruegos importunos. ¿Por qué aquel tiempo, cuyo recuerdo me mata, era para mí tan feliz? Porque entonces yo esperaba confiado que el cielo no me olvidaría y recogería las delicias con que me embriagaba, en un corazón lleno de reconocimiento.


8 de noviembre

Carlota ha reprobado mis excesos¡Pero con qué tierno interés! ¡Mis excesos! Porque después de tomar un vaso de vino, sigo algunas veces bebiendo hasta terminar con una botella

-No vuelvas a hacerlo -me dijo - ; piensa en Carlota.

Pensar! -exclamé - . ¿Qué necesidad tienes de recordármelo, pues piense o no, siempre estás presente en mi alma? Hoy me senté en el mismo lugar donde en otro momento bajaste del coche

Cambió el tema para impedirme hablar del asunto. Amigo mío, aquí me tienes en un estado en que esta mujer hace de mí lo que quiere.


15 de noviembre

Te agradezco, Guillermo, por el interés que manifiestas y por los buenos consejos que me das; pero te ruego que no te alarmes, que me dejes encarar la crisis. A pesar de mi abatimiento, me siento aún con fuerza para llegar al final. Respeto la religión, lo sabes bien: para el que desmaya, es un apoyo; para quien se siente devorado por la sed, es un bálsamo de vida. ¿Pero puede serlo para nosotros? ¿Para cuántos no lo ha sido y para cuántos no lo será nunca, la conozcan o no? Y a mí, ¿me salvará? ¿No ha dicho el mismo hijo de Dios que sólo estarán con él los que su padre decida? ¿Y si su padre quiere reservarme para sí, como presiente mi corazón?

No malinterpretes mis palabras, ni veas en una idea sencilla la menor intención de burla; te lo suplico. Te hablo con el corazón en la mano. De no ser así, mejor callaría, porque no me gusta perder el tiempo diciendo palabras vanas sobre materias que los demás entienden tan poco como yo. ¿Qué otro destino le cabe al hombre sino el de llenar todo el camino con sus dolores y apurar su cáliz por completo? Y como éste fue amargo al mismo Dios del cielo, cuando lo acercó a sus labios de hombre, ¿por qué he de fingir yo una fuerza sobrehumana, haciendo creer que me parece dulce y grato?

¿Por qué no he de confesar mi angustia en este momento en que mi ser tiembla y fluctúa entre ser y no ser; en que el pasado se muestra como un relámpago en el sombrío abismo del futuro; en que todo cuanto me rodea se desploma y el mundo parece acabarse al mismo tiempo que yo? ¿No reconoces la voz de la criatura extenuada, desfallecida, que se hunde sin remedio, sin importar la inútil lucha, gritando amargamente: “¡Dios mío! ¡Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?” ¿Y debe avergonzarme esta exclamación y debo temer que llegue el momento en que se escape de mi boca, como se escapó de la de aquel que, hijo de los cielos, se envolvió en ellos como en un sudario?


21 de noviembre

Carlota no ve ni sabe que prepara ella misma un veneno mortal para los dos y yo apuro con fuerza la copa fatal que me ofrece. ¿Qué significa el aire de bondad con que a menudo me mira? A menudo, ¡no!; algunas veces. ¿Por qué se muestra complacida al notar el efecto que su vista me provoca a pesar mío? ¿Qué causa reconoce la compasión que revela con los ojos?

Ayer, cuando me iba, me alargó la mano y dijo:

-Buenas noches, querido Werther.

¡Querido Werther! Es la primera vez que me llama así y hasta en lo más profundo de mi ser he sentido una dicha indecible. Más de cien veces he repetido estas palabras y por la noche, al ir a la cama, hablando a mí mismo, exclamé sin percatarme de ello: “¡Buenas noches, querido Werther!” No he podido sino reírme de mí.


22 de noviembre

Al dirigir mis ruegos a Dios, no puedo decir: “¡Consérvamela!” Y, sin embargo, hay momentos en que creo que es de mi posesión. Tampoco puedo decir: “¡Dámela!”, porque es de otro. Así es como me agito sin cesar sobre mi lecho de dolor. Si me dejara llevar por el impulso, ensartaría una serie infinita de antítesis.


24 de noviembre

No desconoce Carlota cuánto sufro. Su mirada ha llegado hoy hasta lo más hondo de mi corazón. La encontré sola; yo no despegaba mis labios y ella me miraba fijamente. Absorto ante aquella mirada sublime, llena de afectuoso interés y dulce piedad, no veía su seductora hermosura ni la aureola de inteligencia que ilumina su frente. ¿Por qué no me tiré a sus pies o la tomé entre mis brazos, cubriéndola de besos? Se sentó en el piano; a sus armoniosos acordes unió su dulce y cantarina voz. No he encontrado nunca más adorables sus labios; parecía que se entreabrían lánguidos para aspirar los dulces sonidos del instrumento y exhalarlos de nuevo, con la suavidad de su hálito. ¡ah! ¡Si yo pudiera hacer que compartieras conmigo lo que sentí en ese momento! Incliné la cabeza desfallecido y me juré no atreverme nunca a imprimir un beso en su boca, en aquella boca donde revoloteaban los serafines del cielo. Y, sin embargo, yo quiero… No. Hay una barrera imposible de cruzar que la separa de mi alma. ¡Destruir esta pureza! Y después el castigo que sigue al pecado. ¿Pecado?


26 de noviembre

Suelo decirme a mí mismo: “Tu destino es único; comparados contigo, los demás hombres son felices; porque jamás un mortal se vio atormentado como tú”. Entonces, leo cualquier poeta antiguo y me parece que es el libro mismo de mi alma. ¿Qué? ¿Aún me falta tanto por sufrir? ¿Y antes que yo ha habido ya hombres tan desdichados?


30 de noviembre

Nunca podrá tranquilizarse mi espíritu. En todas partes encuentro algo que me pone fuera de mí. Hoy mismo, ¡oh, destino! ¡Oh, pobre humanidad! Me había ido a pasear a la orilla del río, a la hora de comer, porque no tenía nada de hambre. No había nadie. Un viento frío y húmedo soplaba de la montaña; algunas nubes grises rodeaban el valle. A lo lejos distinguí a un hombre mal vestido, que andaba agachado entre las rocas, como buscando algo. Me acerqué y volteó por el ruido de mis pasos. Tenía una interesante fisonomía, con cierta expresión de tristeza, que mostraba un corazón honrado. Sus negros cabellos estaban sujetos en dos rodetes por horquillas y los de atrás bajaban por la espalda, con lo que formaban una trenza ajustada. Ya que su traje mostraba que era un hombre del pueblo, creí que no se molestaría porque me interesara en él y le pregunté qué hacía.

-Busco flores y las hallo -contestó - , después de suspirar profundamente.

-Ya lo creo -repliqué con una sonrisa - ; ahora no es época de flores.

-Hay muchas -agregó - , mientras se acercaba a mí. En mi jardín tengo rosas y dos tipos de madreselvas. Una me la regaló mi padre; ésta crece con la misma rapidez que los hierbajos y, no obstante, hace dos días que busco una y no doy con ella. También aquí hay flores durante todo el año; las hay amarillas, azules, rojas… y hay centauras, que son una flores pequeñas muy lindas. Pues en vano las busco; una sola no encuentro.

Yo notaba en sus palabras y en su tono un no se qué feroz y con calma le pregunté para qué buscaba las flores. Una sonrisa extraña y compulsiva contrajo su aspecto.

-Si me prometes no traicionarme -dijo mientras se ponía un dedo en la boca - , te diré que he ofrecido un ramo a mi novia.

Bien, muy bien! -le dije

Oh! Ella tiene muchas cosas buenas… es rica.

-Y, sin embargo, pone atención a tu ramo.

-Tiene diamantes… y una corona.

-¿Pues quién es? ¿Cuál es su nombre?

Sin responder, añadió:

-Si el gobierno quisiera pagarme, sería otro hombre. Sí, hubo un tiempo en que estaba bien yo, pero hoy, hoy todo ha terminado. No soy ya sino…

Sus ojos, llenos de lágrimas, se fijaron en el cielo con viveza.

-¿Estás feliz entonces? -pregunté.

Ah! Ojalá lo fuera ahora igual. Sí, vivía contento, feliz, ligero como pez en el agua.

Enrique! -exclamó en aquel instante una anciana que se acercaba - . ¿Dónde te metes? Te ando buscando por todas partes. Vamos, ven a comer.

-¿Es su hijo? -pregunté mientras avancé hacia ella.

-Sí, señor, es mi pobre hijo. Dios me ha dado una cruz muy pesada.

-¿Hace mucho tiempo que está así?

-A Dios gracias, hace ya seis meses que recobró la tranquilidad. Pero antes, todo un año, estuvo furioso y hubo que encerrarlo en una casa de locos. Ahora no hace mal a nadie; pero siempre sueña con reyes y emperadores. ¡Era tan bueno y cariñoso! Me ayudaba a vivir con el fruto de su trabajo, porque tenía una letra preciosa… De repente perdió la cordura; cayó enfermo de una fiebre tremenda y ahora… ya ve el estado en que está. Si el señor quiere que le cuente

Interrumpí su comunicación para preguntarle a qué época se refería su hijo, cuando decía que había sido muy feliz.

Ah, señor! El pobre alude al tiempo en que estaba completamente loco; al que paso en el hospital, cuando no tenía conciencia de sí. No deja de recordar esos días

Estas palabras me hirieron como un rayo. Puse una moneda de plata en la mano de la anciana y me alejé a pasos apresurados.

¡Entonces eras feliz!, pensaba mientras caminaba rápido hacia el pueblo. ¡Entonces vivías ligero como el pez en el agua! Pero, Señor, ¿estará escrito en el destino del hombre que sólo pueda ser feliz antes de tener razón o después de perderla? ¡Pobre insensato! Envidio tu locura; envidio el laberinto mental en que te extravías. Sales lleno de esperanza a recolectar flores para tu amada, en medio del invierno y desesperas porque no las encuentras, sin comprender la causa de que no se hallen a tu paso… Pero yo… salgo sin esperanza, sin propósito, y vuelvo a entrar a casa igual. Tú sueñas con lo que serías si el gobierno te pagara; ¡feliz criatura que sólo en un obstáculo material hallas tu desgracia, que no sabes que en el extravío de tu mente, en el desorden de tu alma estriba tu daño, del que todos los reyes de la Tierra no podrían liberarte! ¡Muera sin sosiego el que ríe de los enfermos, que en su opinión agravan sus enfermedades y aceleran su final al ir lejos en busca de la salud en aguas maravillosas! ¡Muera sin sosiego el que insulta a la pobre criatura, cuya alma oprimida hace voto de visitar el santo sepulcro para librarse de sus remordimientos y calmar sus escrúpulos y desventuras! Cada paso que el peregrino da sobre la tierra, dura e inculta, por ásperos senderos que desgarran sus pies, es una gota de bálsamo echado sobre la herida de su alma y, después de la jornada diaria, se acuesta con el corazón aliviado de una parte del peso que le embarga. ¿Y se atreven a llamar a esto necia preocupación, ustedes, charlatanes infelices? ¡Preocupación! Dios mío, ni ves mis lágrimas. ¿Cómo, al crear al hombre tan pequeño, le das hermanos que hasta lo privan en sus amarguras, robándole la confianza que ha puesto en ti, en ti que nos profesas amor sin fronteras? Porque la fe en la virtud de una planta medicinal o en el agua que destila la vida después de cortada, ¿qué es sino fe en ti, que al lado del mal has puesto el remedio y el consuelo que tanto necesitamos?

¡Oh, padre, que desconozco! Padre, que otras veces has llenado todo mi corazón y que ahora te apartas de mí; llámame pronto a tu compañía. No guardes silencio más tiempo, porque éste no detendrá la impaciencia de mi alma. Y si entre los hombres no podría enojarse un padre porque su hijo volviera a su lado antes de la hora marcada y se arrojara a sus brazos diciendo: “Aquí estoy de regreso, padre mío; no te incomodes porque haya interrumpido el viaje que me has encomendado terminar; el mundo es igual por todas partes; tras el dolor y el trabajo, la recompensa y el placer

Pero a mí, ¿qué me importa? Yo no estaré bien más que en tu presencia; en dónde tú estés quiero gozar y padecer…” Tú, padre celestial y piadoso, ¿podrás rechazarme?


1 de diciembre

¡Oh, Guillermo! Ese hombre de que te he hablado, ese desdichado feliz, tenía un empleo en casa del padre de Carlota y una desgraciada pasión que concibió por ella, ¡por ella!, pasión que ocultó mucho tiempo y que al fin descubrió, lo hizo perder el juicio. Éste ha sido el origen de su locura. Estas pocas palabras, llenas de sequedad, pueden hacer que entiendas lo que esta historia me habrá trastornado, cuando Alberto me la contó con la frialdad con que quizá tú la leerás.


4 de diciembre

Te imploro piedad de mí, porque esto es hecho; ya no podré soportar más tiempo la situación. Hoy estaba sentado cerca de ella, que tocaba diferentes melodías en su clave, con un semblante… ¡Con un semblante! ¿Cómo podría describirla para ti? La más pequeña de sus hermanas jugaba con sus muñecas sobre mis rodillas. De pronto, se me salieron las lágrimas y bajé la cabeza; vi entonces en su dedo el anillo de boda y mi llanto fue más abundante. En aquel mismo instante comenzó a tocar la antigua melodía que tanta impresión me provocaba y mi corazón sintió una especie de consuelo, recordando el tiempo en que aquella música había herido mis oídos con placer; tiempo de felicidad en que las penas no abundaban; horas de esperanza que pronto huyeron. Me levanté y comencé a pasearme por la habitación sin orden. Me ahogaba.

Basta -dije - ; basta por Dios!

Carlota se detuvo y me miró interrogante.

-Werther -dijo con una sonrisa que me traspasó el corazón - , muy malo debes estar cuando tu música predilecta te desgarra así. Retírate, te lo suplico, y trata de recuperar la calma.

Me separé de ella y… ¡Dios mío! Tú que ves mi sufrimiento, tú debes terminarlo.


6 de diciembre

Su imagen me persigue: que duerma o que vele, ella sola llena toda mi alma. Cuando cierro los ojos, en el cerebro, donde se halla la potencia de la vista, distingo con claridad sus ojos negros. No puedo explicarme esto. Me duermo y los veo también: siempre están ahí, fascinantes como el abismo. Todo mi ser, todo, no puede separarse de ellos.

¿Qué es el hombre, ese semidiós ensalzado? ¿No le falta la fuerza cuando más la necesita? Y cuando abre las alas en el cielo de los placeres, lo mismo que cuando se sumerge en la desesperación, ¿no se ve siempre detenido y condenado a convencerse de que es débil y pequeño, él, que esperaba perderse en el infinito?

 


«»

Best viewed with any browser at 800x600 or 768x1024 on touch / multitouch device
IntraText® (VA2) - Some rights reserved by EuloTech SRL - 1996-2011. Content in this page is licensed under a Creative Commons License