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San Juan Bautista de la Concepción Obras IV – S. Juan B. de la C. IntraText CT - Texto |
EXHORTACION 55
Cómo los gustos de Dios no enfadan, antes
dispiertan el apetito. Y tanto cuanto un alma más crece en la
perfección tanto más subidas son sus obras
sin comparación a las primeras
1. Y si tanto bien train consigo los consuelos spirituales y los gustos que en Dios se reciben, según lo que hemos dicho, y estos gustos sólo a los halla el alma que está pegada a Dios b, como el niño al pecho de la madre c, gran yerro es no procurar unirnos, asirnos, pegarnos y adelantarnos d en este camino de la perfección para que e, acercándonos más a la tierra de los que viven, como en tierra de promissión, hallemos leche y miel 1, digo [212r] la suavidad de la leche y dulzura de la miel. No son los sentidos interiores del alma como los del cuerpo, porque estos sentidos exteriores y corporales suélense ahogar si tantico sobrepuja el obiecto que los informa, como el grande y agudo sonido a las orejas, que las atruena, y lo muy blanco disgrega la vista y lo demasiado dulce destempla el gusto y lo muy blando no lo percibe el tacto. Y así, para percebir estas cosas, dice el Filósopho que han de ser obiectos proporcionados con sus potencias y que han de tener proporcionadas distancias para que los sentidos se exerciten en ellos 2 respecto de que sensibile supra sensum non facit sensationem 3; que puesto y pegado lo que se siente sobre el sentido no percibe ni hace su officio. Pero los sentidos del alma, que en Dios tienen sus exercicios, más y mejor se ejercitan y perciben mientras están más llegados a Dios y con más superabundancia se les da materia en que se ejerciten.
2. Debe de ser la causa porque, siendo los obiectos de los sentidos corporales muertos, lo más y menos y la igualdad de la proporción se ha de poner de nuestra parte, porque, no tiniendo ellos licencia para subir o bajar, es fuerza que yo, que quiero usar de ellos, me temple según su calidad. Como si, disgregándome la vista lo muy blanco, no lo pudiese ver, sería necesario que, haciéndome yo sombra con los párpagos a medio cerrar los ojos, los fortificase para que las species que trai de lo que se ve no se le vayan y los rayos que le envía vayan f con más fuerza yendo más recogidos. Pero, como el alma halla en Dios en que apacentar sus sentidos interiores y sus potencias, que es g la misma vida, cuando más sube de punto y descubre el pasto y manjar de esos sentidos, más los vivifica y aguza h para que a su tamaño anden las potencias. ¿Qué diera un hombre porque, subiéndose a un monte alto, tanto cuanto la tierra se descubría tanto con claridad su vista la percibiera, y tanto cuanto más agudo fuese el sonido, tanto más fuerte fuese su oreja, etc.? Pues esto es lo que hace Dios con los sentidos del alma: que tanto cuanto más les da, tantas más fuerzas les comunica para que perciban. El hombre cuanto más se acercase al sol, tanto menos tendría de vista, pero acá es diferente, que siendo Dios luz inmarcesible, cuanto un alma más se llegue a su divina Majestad más ve y entiende, porque dando Dios de la suficiencia para aquello que comunica, que es lo que el ángel dijo a la Virgen i cuando le preguntó en el misterio de la encarnación que cómo podría ser y le respondió: «El Spíritu Sancto sobrevendrá en vos», Señora 4. Que fue decir: a cargo del artífice está el dar a entender su obra, él la dirá y declarará y os fortificará para que la entendáis. Que eso significa aquel obumbrabit tibi, él os hará sombra 5.
3. Pues esto que hemos dicho de la potencia visiva y del entendimiento, eso propio hemos de decir del gusto y consuelo spiritual, que, [212v] mientras un alma más se llega a Dios, más le crece la gana de comer y gustando más se le dispierta el gusto de gustar más. No sólo no se ahoga, pero se incita y, mientras más se espiritualiza y trasmonta de sí, más percibe y más desea tener, poseer y gozar. Que es lo que Salamón dijo en el Libro de la Sabiduría: Qui edunt me adhuc j esurient (Ecle. 24, n.29). El comer en Dios dice que da hambre. Ahora pregunto yo, si el hombre que tiene puesto su gusto en comer y que no come por sustentarse, sino por golosina y gustar de la comida, si topara un manjar que, demás de ser el más bueno que se podía imaginar y desear, tenía una propiedad, que mientras más se comía tanto más dispertaba el apetito y daba más gana de comer, llano es que lo estimara y dijera habíe hallado su felicidad y todo lo que deseaba y buscaba. Pues esto hallan en Dios las almas spirituales, que, no habiendo cosa que se iguale al gusto que en Dios reciben, comiendo no se ahoga el apetito y deseo de comer, sino se dispierta y aumenta y desea cada día más. De donde le nace la estimación de lo que goza, porque las cosas que hartan, después de estar satisfecho de ellas, dan en rostro k y se desestiman, pero las que tiniéndolas dispiertan el apetito para tener y alcanzar otras mayores, no sólo no se desestiman las que se tienen y poseen, sino que tanto cuanto más se desean otras tanto hay mayor cuidado con guardar y estimar las que se poseen.
4. ¿De dónde viene que el codicioso guarde tanto su dinero y lo estime? De que desea otro con grandes ansias y deseos. Porque el que se hartó ya de dineros, ese tal que ya no desea otros, los que tiene no repara en gastarlos. Lo propio es en los manjares de la tierra, que harto uno de ellos desestima y arroja los que son de la propia calidad que los primeros de que gustó; y si los guarda y estima es porque espera tornar a tener de ellos gana, que si esta esperanza no tuviera, en la calle los arrojara, aunque fueran más preciosos. Pero el alma que gusta de Dios, hallando en Dios hartura y satisfacción, juntamente halla que le dispiertan el gusto para no darse por harta ni satisfecha, sino desear y querer más gustos y consuelos en el mismo Dios. Y tanto cuanto más deseo tiene de Dios, tanto más guarda y estima el bien que posee.
5. Son los sentidos corporales como vasijas de cortos tragaderos, que es menester echarles el licor gota a gota y poco a poco, porque con la copia y abundancia se entolvan; y el aire que está dentro, que no se compadece con lo que se echa en las tales vasijas, quiere salir, y lo uno que sale estorba a lo otro que entra. Pero el alma que se llega a Dios para que en ella, como en vasija de oro, deposite Su Majestad sus bienes, ya va vacía de todo lo de la tierra y humillada para poder coger, como vasija inclinada, agua de la fuente que es Dios. Y lleva la boca abierta para que más quepa, la cual se abre y ensancha l a peso y medida de los deseos. [213r] Y como éstos crecen al tamaño del bien que se recibe, como queda dicho, síguese que la boca por donde entran será tamaña como el bocado que se le da.
6. Yo quisiera declarar como ello es este aumento sin peso ni medida que un alma tiene y alcanza tanto más cuanto más se llega a Dios, y cómo gustando de Dios el propio gusto y deseo de gustar crece en una inmensidad acercándose y llegándose más a Dios m. Y lo propio es en las ventajas que tiene y adquiere en el camino de la perfección que busca. Todos los exemplos que de esto puedo decir parecen bajos y rústicos. Pongámoslos, quizá nos dará Dios alguno que explique algo. El ave, cuando enpieza a volar y se levanta del suelo, parece que apenas puede según siente el cuerpo pesado, pero, subida arriba y levantada en el aire, parece que vuela al paso del aire. Y lo propio es en las naves cuando parten del puerto, que parece cosa de milagro arrancar una máquina como aquélla, pero, después de metida en alta mar, parece un pensamiento. Los árbores en los primeros años parece no salen de tierra y, después de bien arraigados n en uno o dos años, suben que parece quieren llegar al cielo. No quiero poner más exemplos en estas cosas, que pienso ya los dejo puestos. Es certíssimo que las almas, que en sus principios se van poco a poco y parece caminan con pesadumbre, metidas en alta mar, subidas por lo alto de la virtud a esos cielos, son un pensamiento. Y aquel decir David que camina Dios sobre o cherubines y sobre las alas de los vientos 6, lo entiendo yo de los justos, de quien dice [san Agustín] que anima justi sedes est sapientiae 7. Si el alma del justo es silla de la sabiduría, su carro y asiento, llano es que al paso que Dios caminare, caminará la silla y el carro en que fuere.
7. Pero sobre todos los exemplos que se me pueden ofrecer para descubrir las ventajas crecidas que un alma tiene en todas las cosas que en Dios pretende tanto más cuanto más se llegare a Dios, no fuera mal exemplo el de un criado del rey que vino a ser muy familiar de officios muy apartados. Al principio, cuando al rey le servía en la guerra, el sueldo era corto; y como se fue llegando y acercando en officios, fueron creciendo los favores y rentas sin comparación, de suerte que el que primero se contentaba con diez ducados, al mes ya echa por millares y aun por millones en las speranzas; y tanto cuanto más poderoso fuese el rey, tanto más habían de subir sus rentas y pretensiones cada día. Nadie hay rey más poderoso que Dios —ipse est super omnes reges terrae 8—, de suerte que ni en recibo de bienes ni en speranza de ellos lo podemos alcanzar de cuenta, de suerte que, por mucho que nos dé, mucho más se queda y más tenemos que desear. Que es lo que David dijo: Llegaos a Dios y sois alumbrados; accedite ad eum, et illuminamini 9. Que pasa de presente, pero que la fuente de su luz no queda agotada, de suerte que siendo alumbrados no tengamos más que desear. Y así dice otra translación: et illuminabimini; y seréis alumbrados 10. Porque una luz dispone para otra mayor, para darla y para desearla. Y así el que al principio en este camino parece se contentaba con algo, después de algo subido, son sus creces [213v] y deseos tan sin peso y medida que sólo podría imaginarlo el alma que así es levantada a tal grado de perfección. Y ella no lo puede tampoco pesar ni contar respecto de que jamás pone los ojos en lo que atrás queda, sino en lo que de adelante le falta, que es un infinito en que camina y desea, satisfaciéndose menos mientras más sube.
8. Aunque esos exemplos parecen algo, pero no llegan al que ahora diré, si fuese Dios servido me diese bien a entender. No es dificultoso. El que cuenta los números hasta llegar a diez se va muy a spacio y jamás añade al número primero más de uno, diciendo uno p, dos, tres, cuatro, etc. Pero, en llegando al cero redondo, uno que se añada sirve de ciento; y si luego se añade otro número, se añaden mill, y si se añade otro, diez mill, y si otro, cien mill q. Pues pregunto yo, estos últimos números que añedimos ¿son números diferentes que los primeros? No por cierto. Pues ¿cómo sobrepujan y valen tanto que, valiendo el primer número que se puso ante el cero diez, el que después se puso valió ciento y luego el otro sube a mill y el otro a diez mill, y así van subiendo? Responderemos que eso tienen los números, que en su principio son bajos y tanto cuanto más se apartan de su principio y unidad, tanto más suben hasta venir a perder la cuenta y que no haya en el mundo con qué poder enllenarla r. Sólo en Dios, a quien nadie le puede alcanzar ni sobrepujar. Así un alma, cuando camina por el estado de la perfección y en Dios va descubriendo consuelos, virtudes, dones y gracias, en sus principios vase a espacio, como quien aún no ha llegado al cero redondo, por quien entendemos a Dios respecto de su perfección, donde no se llega hasta haber llegado a diez, que es el cumplimiento de los diez mandamientos. Pero en llegando ahí, un punto que se añada sube el primer número a ciento, y si añedimos otro, lo subimos a mill, y otro, a cien mill; y así crecen todos los quilates en un número infinito que sólo Dios s lo puede enllenar, porque ningún infinito hay que la pueda llenar.
9. De donde entenderemos —yo a lo menos ahora me parece t entiendo u— lo que Cristo dijo por san Mateo a sus discípulos. Dícenle: Señor, nosotros hemos dejado todas las cosas, ¿qué nos habéis de dar? Respondióles: Dígoos de verdad que vosotros, que dejastes todas las cosas y me seguís, recebiréis ciento por uno 11. Y hase de advertir que este uno, que es dejar las cosas del mundo, se añade a la observancia de los diez mandamientos. Así lo dijo Cristo a aquel mancebo que le llegó a preguntar qué había de hacer para conseguir la bienaventuranza. Respondióle Cristo: Guarda los diez mandamientos. Dijo: Señor, ya lo hago. Pues, si quieres ser perfecto, añade [214r] otra cosa, que es vender lo que tienes y darlo a pobres v 12. Este es el uno que añaden los discípulos de Cristo a la observancia de los diez mandamientos, que sube el número a ciento y diez w. Diez, que fueron los primeros en que un hombre fue creciendo poco a poco; y ciento que se le añidieron por el uno de los consejos que tomó de Cristo x dejando y renuciando las cosas de la tierra.
10. ¡Oh consuelo grande para los que tratan de perfección, para aquellos que y llegaron a diez y de ahí se procuran aventajar en la perfección religiosa, que llegado a ese punto uno valga por ciento y otro por mill y otro por diez mill! ¿Quién no percibe esto en la forma que puede, para procurar llegar al cumplimiento de los diez mandamientos y pasar del cero, que tanto hace subir las obras que a él se le añaden y pegan? Este número que de ahí pasa me parece que es el uno que habíe scogido María Magdalena, que valíe más que las muchas cosas acerca de que estaba ocupada su hermana 13. Porque María, asentada a los pies de Cristo, es un número arrimado al cero, que es Cristo que lo hace subir; y las obras de Marta son muchos números desperdiciados por la tierra, que todos juntos no llegan a lo que llegó aquel uno. ¡Oh si Dios nos diese a entender cuánto nos inporta el no detenernos!, pues el pasar adelante en los últimos pasos y ventajas que se hacen en la virtud son tan subidas las obras que ahí se hacen, que una viene a montar muchas veces más que todas juntas las pasadas, tanto cuanto va de un número a cien mill, que es el cuarto o quinto que en la cuenta se pone.
11. Donde el propio exemplo que llevamos nos descubre otro secreto de las obras z de los justos: que los números postreros que en la cuenta se ponen son los que la cuenta la suben y levantan y remontan de unidades y de dieces en millares y en cuentos; y, al tiempo del contar, siempre se quedan esos postreros números por números sencillos, dando a los primeros que en las cuentas se pusieron el nombre de los millares. Que es lo propio que a un alma justa le sucede: que siendo las obras postreras las que tienen el valor de los millares y las que son obras subidas, siempre en los justos se quedan con el nombre más bajo y la estimación más corta, dando a las primeras obras suyas y ya pasadas el número más subido y el nombre de los millares, pareciéndoles que, por mucho que al presente hagan, eran mejores de antes y que más y mejor caminaban. De suerte que, siendo en la cuenta a los números postreros los que tienen el valor, se lo dan y comunican a los números primeros, quedándose ellos con los números sencillos. Propiedad de los justos en todas sus obras, que siempre apartan de sí lo que más vale, lo dan y comunican a las personas que a ellas se les llegan. ¡Qué es ver un justo a quien se le entriega un discípulo para que lo aproveche en la virtud, que siendo él el que da la sciencia y la mano para que el otro suba, dice que él es el que se queda abajo y el discípulo es el aprovechado!
12. ¡Oh, bendito seas tú, Dios mío, millares de veces, [214v] y qué bien guardaste tú esta regla con los hombres, que siendo tú, Señor mío, el que a ellos les diste valor y precio, tú te quisiste quedar tan atrasado y despreciado, que no hay unidad tan baja como tú te bajaste, pues fuiste reputado b y contado entre los inicuos y tenido por simple, como si en Dios no hubiera sino una persona y ésa de tan poca estima como consideraban los judíos era Cristo! No advirtiendo c lo que Cristo dice 14: que él está en el Padre y el Padre en él y el Spíritu de Dios está en entramos, de suerte que, siendo uno en esencia, hay número de personas, que aunque no son sino tres, suben tanto que sobrepujan infinitamente a la perfección de todas las cosas, las cuales tienen su ser y perfección porque Dios se la d da y comunica, hallándose Su Majestad en todas por presencia, esencia y potencia. Y como Cristo nos vino a enseñar humildad, habiendo subido por él todas las cosas que tienen ser al ser divino que alcanzan, Su Majestad quiso quedarse con el nombre de unidad y simplicidad, siendo tenido, como hemos dicho, en menos que los hombres y como vil gusano 15.
13. Y aun pudo ser que aludiese a esto lo que Caifás dijo cuando, propuesto en el concilio qué haríen de Cristo e, que hacía muchas señales, respondió: Oportet ut unus moriatur, ne tota gens pereat 16; conviene que uno muera para que todos tengan vida. Como si más claramente por su boca dijera el Spíritu Sancto: Conviene que Cristo sea uno, el más abatido y desechado de los hombres, muerto como uno y singular con particular ignominia, para que los hombres tengan precio y valor subido. Ahora noten que, cuando Caifás dijo a Cristo uno y lo llamó con este nombre de unidad, habíendo dicho en el concilio: Quid facimus, quia hic homo multa signa facit? 17 Donde el asombro que tuvieron les vino de parecerles que, aunque no veían más que un hombre, debiera de tener precio y valor de muchos y tener poder sobre su muchedumbre. Y así dicen: multa signa facit. Allí signa quiere decir obras prodigiosas muchas y grandes. Y así parece respondió aludiendo a eso Caifás, diciendo: Oportet ut unus moriatur. Muera, que uno es, acabemos con él que no tiene precio ni valor más de por uno. Oh traidor, bien dices que uno es. Un Cristo, un Dios, un Señor, y si se ha hecho un hombre f, un siervo y esclavo, es para que tú y yo seamos número subido y levantado. Ut sua inopia nos divites g essemus 18, dice san Pablo; para que con su pobreza nosotros fuésemos ricos.
14. De manera que concluimos de aquí que un número puesto y junto con otros muchos tanto más vale que todos cuanto con más números se junta. De suerte que un cero añedido a diez h ceros hace subir, digamos, un millón a los números primeros. Y las obras perfectas sin comparación son muy subidas y aventajadas i en la cumbre de la perfección, y los gustos y consuelos spirituales son tanto mayores cuanto es mayor la cercanía que un alma tiene con Dios, porque, como ella [215r] se va spiritualizando, los gustos se los dan más puros y más conforme a los que tienen y gozan los bienaventurados en el cielo.