VI Verdad, belleza y arte sacro
2500 La
práctica del bien va acompañada de un placer espiritual gratuito y de belleza
moral. De igual modo, la verdad entraña el gozo y el esplendor de la belleza
espiritual. La verdad es bella por sí misma. La verdad de la palabra, expresión
racional del conocimiento de la realidad creada e increada, es necesaria al
hombre dotado de inteligencia, pero la verdad puede también encontrar otras
formas de expresión humana, complementarias, sobre todo cuando se trata de
evocar lo que ella entraña de indecible, las profundidades del corazón humano,
las elevaciones del alma, el Misterio de Dios. Antes de revelarse al hombre en
palabras de verdad, Dios se revela a él, mediante el lenguaje universal de la Creación,
obra de su Palabra, de su Sabiduría: el orden y la armonía del cosmos, que
percibe tanto el niño como el hombre de ciencia, ‘pues por la grandeza y
hermosura de las criaturas se llega, por analogía, a contemplar a su Autor’ (Sb
13, 5), ‘pues fue el Autor mismo de la belleza quien las creó’ (Sb 13, 3).
La sabiduría es un hálito del poder de Dios, una emanación pura de la gloria
del Omnipotente, por lo que nada manchado llega a alcanzarla. Es un reflejo de la luz eterna, un espejo sin
mancha de la actividad de Dios, una imagen de su bondad (Sb 7, 25-26). La
sabiduría es en efecto más bella que el Sol, supera a todas las constelaciones;
comparada con la luz, sale vencedora, porque a la luz sucede la noche, pero
contra la sabiduría no prevalece la maldad (Sb 7, 29-30). Yo me aconstituí en el amante de su belleza (Sb 8,
2).
2501 El hombre, ‘creado a imagen de Dios’ (Gn
1, 26), expresa también la verdad de su relación con Dios Creador mediante la
belleza de sus obras artísticas. El arte, en efecto, es una forma de
expresión propiamente humana; por encima de la satisfacción de las necesidades
vitales, común a todas las criaturas vivas, el arte es una sobreabundancia
gratuita de la riqueza interior del ser humano. Este brota de un talento concedido
por el Creador y del esfuerzo del hombre, y es un género de sabiduría práctica,
que une conocimiento y habilidad (cf Sb 7, 16-17) para dar forma a la verdad de
una realidad en lenguaje accesible a la vista y al oído. El arte entraña así
cierta semejanza con la actividad de Dios en la creación, en la medida en que
se inspira en la verdad y el amor de los seres. Como cualquier otra
actividad humana, el arte no tiene en sí mismo su fin absoluto, sino que está
ordenado y se ennoblece por el fin último del hombre (cf Pío XII, discurso 25
diciembre 1955 y discurso 3 septiembre 1950).
2502 El arte
sacro es verdadero y bello cuando corresponde por su forma a su vocación
propia: evocar y glorificar, en la fe y la adoración, el Misterio trascendente
de Dios, Belleza sobreeminente e invisible de Verdad y de Amor, manifestado en
Cristo, ‘Resplandor de su gloria e Impronta de su esencia’ (Hb 1, 3), en quien
‘reside toda la Plenitud de la Divinidad corporalmente’ (Col 2, 9), belleza
espiritual reflejada en la Santísima Virgen Madre de Dios, en los Angeles y los
Santos. El arte sacro verdadero lleva al hombre a la adoración, a la oración y
al amor de Dios Creador y Salvador, Santo y Santificador.
2503 Por
eso los obispos deben personalmente o por delegación vigilar y promover el arte
sacro antiguo y nuevo en todas sus formas, y apartar con la misma atención
religiosa de la liturgia y de los edificios de culto todo lo que no está de
acuerdo con la verdad de la fe y la auténtica belleza del arte sacro (cf
SC 122-127).
|