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San Juan Bautista de la Concepción
Obras III - S. Juan B. de la C.

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CAPITULO [49] DE LO QUE HA DE HACER EL NOVICIO EN TOMANDO EL HÁBITO Y EL MAESTRO DE NOVICIOS LO QUE LE HA DE ENSEÑAR

 

 

 

1.  Los primeros días libre comunicación con Dios

 

  Yo pienso que, en tomando un religioso el hábito, es Dios el que tiene el primer lugar para decirle y enseñarle lo que debe hacer, porque es tan grande el amor que nos tiene y gusto que recibe de ver su nuevo aliado que, sin guardar reglas ordinarias, Su Majestad se hace regla y nivel mostrando por dónde ha de caminar su nuevo soldado a. Como los yerros en los principios son doblados, no quiere fiarlos de los hombres, que, por muy acordados que sean, dan uno en el clavo y cientob en la herradura. Y porque en nada haya yerro, él los quiere herrar y hacer de su señal. El es Señor que ha de ser servido y Padre que ha de ser amado y quiere ser también hermano y maestro para nos guiar y enseñar. Alábente, Señor mío, los ángeles, y con qué gusto y contento te entrarás en las tales almas a cenar con ellas 1, como nuevos güéspedes, y a enseñarles y decirles sobremesa lo que ya deben hacer en el nuevo officio y estado.

  Tengo por muy acertado que los primeros dos o tres días los maestros de novicios no los confundan con enseñar a los que de nuevo han tomado el hábitoc doctrina que pertenezca a lo interior, sino dejarlos entregar de veras a Dios, que Su Majestad, a lo sordo y sin ser visto, en unas admirables y lúcidas tinieblas, moviéndoles los afectos, les enseñará más en un momento que el maestro en un año, porque es gran cosa que el que enseña esté dentro en d mí e y que hable callando y inprimiendo lo que dice; que va la diferencia que hay del que enseña en voz o por scrito: que la voz pasa y se olvida, pero lo scrito no. Y así pienso yo que en esta ocasión el que Dios ha traído a la Religión y él ha recebido el hábito con deseos de Dios, que sentirá en sí unos inadvertidos abrazos, apreturas y recogimientos interiores con que se hacen los primeros otorguijos y se dan las primeras palabras, de que gustando el uno y el otro se harán los desposorios con palabras de presente en la profesión.

 


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En esta ocasión, el nuevo novicio debe grandemente humillarse y postrarse ante Dios y no tenerse por digno de tanto bien, darle y entregarle el corazón rendido para que dél haga lo que quisiere [185v] y fuere servido. Háblele allí con lo que el mismo Dios le hubiere enseñado: ¿De dónde a mí, Señor, tanto bien que vengas tú a mi alma haciéndome tan señaladas mercedes y yo entre en tu casa? ¡Merced sobre todo entendimiento! Para saberla agradecer, esto se hace, Señor, bien con palabras; mejor se hace callando y entregando los mismos bienes recebidos. ¡Oh, que no yo este modo de agradecer cómo es!

  No se puede decir. Si se hace como debe, debe de ser el mismo agradecimiento; que éste, por ser tan abstraído, no es posible, me parece, conocerse ni explicarse. Debe de ser la misma persona que se ofrece con el mismo Dios que la recibe, todo junto, sin saber hacer diferencia de la persona que agradece y la cosa que se agradece y la persona a quien se agradece. ¡Oh Señor, seas mill veces bendito, que hagas tan mío lo que es tuyo que no se conozca diferencia! Podría ser fuese como decíamos denantes de los que se quieren desposar: que, después de haber gastado mucho tiempo en informaciones y dado el sí, se agradecen las obligaciones que hay de una parte a otra en haberse querido hacer una misma cosa con un abrazo estrecho y apretado, estimando todo lo que el uno y el otro tiene por nada para haber de agradecer entriego de voluntad; y así cada uno paga con su persona lo que no puede con sus propios bienes. Seas, Dios mío, glorificado, que, por entregársete un alma con veras, te tienes por tan obligado que te parece todo cuanto fuera de ti tienes pobreza para agradecer semejante recibo como del alma que se te entriega recibes. Y así, en retorno, a quien de veras se te da, te das sin que haya cosa de por medio en este agradecimiento, porque tú, Señor, no buscas nuestras cosas sino a nosotros, y el alma devota tampoco busca sino a ti, para que de entramos se pueda decir que para en uno son.

  Bien entiendo, mis charíssimos hermanos, que esto que digo más es obra de Dios que atrevimiento nuestro, porque en tal ocasión el alma se ve bien confusa sin atreverse a levantar los ojos al cielo, pero es ocasión para que el cielo se atreva a bajar a ella f, sucediéndole lo que a san Bernardo, que, apartándose de un Cristo considerándose por indigno de besar aquellos sanctos pies g, desenclavó las manos el crucificado y los arrojó sobre los hombros de Bernardo 2. Dice san Pedro, cuando conoció la grandeza de Dios en el barco: Exi a me, Domine, quia homo peccator sum 3; apartaos allá, Señor, que soy hombre peccador. ¿Qué es esto, Pedro? ¿Pues de esta manera le dais las gracias porque os ha enllenado el barco de peces: huyendo de Dios? ¿No fuera mejor postraros a sus pies, besárselos, reverenciarlo y desear quedar en su servicio y pedirle que os llegue más a sí? ¡Ay hermanos!, cómo éste es un admirable


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modo de dar gracias, reconocerlas y al dador [186r] de ellas, de suerte que conociendo su flaqueza y miseria se tenga por indigno de tenerlas y gozarlas y falto de fuerzas para agradecerlas y servirlas a quien, tan sin merecerlo, con tan larga mano ha acudido. Y es cierto que, si le llegaran a decir a san Pedro si quería que se fuese Cristo de su compañía, que no querría. Pues ¿cómo h dice que se aparte? Este es un apartamiento humilde i que con veras hace un corazón rendido.

  Cuando la reina de Saba vino a ver el rey Salamón de tan lejas tierras, bien se deja entender que no le faltaba gana de mirar a aquel poderoso rey y la grandeza de su casa, cuando llena de estupor y espanto dijo j: ["¡Verdad es cuanto decir en mi tierra de tus palabras y sabiduría! No daba yo crédito a lo que se decía hasta que he venido y lo he visto con mis propios ojos, y hallo que no dijeron ni la mitad4]. No es falta de amor ni de deseo el humillarse, reconocerse, rendirse, no atreverse a parecer ante quien mucho se debe, sino conocimiento de que no se paga como se desea.

  Finalmente, luego como acaba de recebir nuestro sancto hábito, yo pienso que el alegría y contento que el alma siente en aquella ocasión, viéndose ya descargada de un mundo tan pesado, es tan grande el contento y el alegría que siente que no se le pueden dar reglas a que quede sujeta ordenándole razones, discursos u doctrina de que use, porque en ella debe de mandar otro más. No tiene que hacer sino dar riendas y lugar a todas sus potencias y sentidos que hagan sus enpleos a su gusto. Como cuando llega una madre a un jardín o güerto cerrado con sus hijos y niños pequeñuelos, donde no tiene temor que a ninguno le suceda cosa contra razón, los deja y da libertad que anden y se espacien y cada uno haga su gusto; y así los veréis que uno se sube al árbor y coge la fructa, otro corta la flor, otro bebe de la fuente, otro canta y parla, y todo es bueno y gozar del contento que reciben en el tal lugar. De esa misma suerte, cuando llega un alma a estos soberanos jardines de las religiones, donde se le dio puerta y entrada porque así agradó a la Majestad de Dios, suelte su gente, libertad a sus potencias y sentidos para que gocen tan buen rato, llore, hable, cante, gracias, quiera, ame, conozca, que en buena parte y lugar se desperdicia esta gente menuda, no hay que temer desgracia en tan buena ocasión.

  Bueno fuera que, llegando un hombre muy sediento a una fuente cristalina, le dijésedes: Aguardá, señor, trairemos un vaso con que bebáis, y luego le trujésedes un barrillo 5 o brinquiño 6 que fuese más melindre que otra cosa. No es tiempo de eso -diría el sediento-, que para eso me puso Dios aquí esta fuente tan abundante, para arrojarme a ella y


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beber con toda la boca. Viene un alma a la Religión sedienta, llena de ansias y deseos de Dios -como dice David: Sicut cervus desiderat ad fontes aquarum, ita desiderat anima mea ad te, Deus 7-, bueno fuera que aguardara que estos primeros ratos le diera a beber el maestro de novicios [186v] con las medidas strechas y angostas que ya beben los que train cansadas las fuerzas corporales, señalándoles cortos ratos para la oración, para la disciplina. No es posible. Digo que por dos o tres días le cuerda y deje que haga sus empleos algo a su gusto, que la sed y hambre no le dará lugar a otra cosa. He visto yo algunos hombres que se sientan a una mesa muy hambrientos que parece nada les satisface, y así k es menester ponerles todos los platos juntos y que coman del que quisieren y maten la hambre la primera vez a su gusto. Y lo propio digo yo en esta primera ocasión del que viene a tomar el hábito: que se le lugar a que haga estos primeros enpleos a su gusto, que, una vez matada la hambre y amortiguadas estas llamaradas exteriores, fácil es de ponerle cada plato de por sí y decirle el modo que ha de tener a esta soberana mesa de la cruz de Cristo.

 

 

2.  Enseñarle la compostura exterior

 

  Hase de advertir que, aunque es verdad que el fervor y deseo en estos principios no admite reglas para los actos interiores ni tasa y medida corta para los exteriores l y que para eso se le ha de dar lugar, pero entiéndese para el trato y comunicación con Dios, pero para el trato y communicación con los hombres y la modestia y compostura que debe tener, aunque sea muy al principio, se le ha de enpezar a enseñar dende luego y poner mucho cuidado el maestro de novicios por sí y por tercera persona [en] componer y vestir su novicio por de fuera de una muy grande compostura.

  Pongamos un exemplo ordinario que siempre se trai en estas ocasiones. A una desposada nunca le enseñan lo que ha de hablar, decir o hacer con su marido, porque el amor lo enseña, pero lo que es vestirla, componerla y adornarla, dos o tres mujeres curiosas lo hacen que vaya tan bien puesta que sea un particular agrado a las personas que la miraren. A nuestro novicio el amor que tiene a Dios en estas primeras ocasiones le enseñará lo que le ha de decir, pero en lo que es compostura y hermosura exterior, con que no sólo ha de parecer delante de Dios sino agradar a los hombres, es necesario que el maestro de novicios, en puniéndole el hábito, le enseñe y diga cómo ha de componer todos sus sentidos y potencias sin que haya ningún género de descuido; y que esto sea de suerte que, estando en pie m, ha de tener los pies muy juntos, parejos, el cuerpo derecho, la cabeza no


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caída ni inclinada a una parte, sino inhiesta y derecha, sus ojos bajos, las manos debajo del scapulario. Es grande falta cargarse sobre el un pie tiniendo el otro caído e inclinado el cuerpo hacia la parte contraria.

  No es de religiosos andarse hurgando las narices, rascándose la cabeza, meneando el cuerpo, particularmente si estuviese hablando con su prelado [187r] u otro algún religioso n. Procure escupir pocas veces, porque es mala costumbre de ordinario andar scupiendo o gargajeando. El hábito le tenga bien puesto, la capilla derecha, esté puesta o quitada, la cruz del scapulario casi pegada a la capilla, los pliegues del hábito a los lados y, finalmente, en toda su persona una gravedad sancta, que de solo mirarlo alaben a Dios todos. El andar ha de ser a spacio, sin ruido, los pasos compasados. Si el prelado lo enviare a alguna parte y le dijere que vaya presto, se entiende con cuidado, sin pararse ni detenerse. Y atento que ya queda todo esto escrito en los capítulos de atrás, no hay que detenernos en ello.

 

 

3.  Atención a su salud y estado de ánimo

 

  Procure el hermano ministro al principio mirar mucho por la salud corporal del novicio. Y aunque es verdad que en estos primeros fervores es bien darle un poco de cuerda, pero no sea de suerte que vaya derechamente contra su salud. Dígale con palabras amorosas cómo el año es largo y le queda lugar para entregarse en cosas que sean del servicio de Dios y que, como nuevo en aquellas cosas, podría enflaquecer su natural, que él tendrá cuidado de irle enseñando lo que ha de hacer. Esto se debe llevar con este término, porque en los principios los novicios en los actos elícitos [son] desordenados y podrían entristecerse si viesen que les van a la mano o les estorban para no hacer aquello a que son como conpelidos y forzados o de la charidad y amor interior.

  Si fuere invierno, no los despojen de una vez de todos los vestidos p interiores, déjenle por tres o cuatro días su tica o jubón porque no les acometa de una vez y de golpe el frío. Si fueren personas delicadas y no pudieren llevar bien nuestra comida, súplasele con otra alguna cosa, que dentro de poco se irán haciendo y la gana y necesidad les saboreará las yerbas y mal guisado.

  De la misma manera se han de haber con ellos en los actos de comunidad más dificultosos, como es en el estar de rodillas las dos o tres horas que tenemos de oración, darles licencia para que se sienten un rato o se postren, que falten dos o tres días de maitines. En todas las cosas les han de mostrar grande amor y charidad de suerte que todo lo que le mandare o dijere entienda que va enderezado para bien y provecho suyo y nacido de unas entrañas amorosas.

  Las reprehensiones en los principios no sean rigurosas, porque se desconsuelan mucho y desmayan en la virtud, pareciéndoles que ya han


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caído en desgracia y que les han de quitar el hábito y expelerlos. Habrá ocho días que en esta casa de Madrid le dijeron a un novicio de poco tiempo que, si no era muy sancto y enmendaba una pequeña faltilla que tenía, que le habían de quitar el hábito. El se afligió de tal manera que, dándole una grandíssima congoja, entendieron que se muriera y fue necesario [187v] ponerlo en cura y sangrarlo muchas veces. Procure darle un compañero q que le enseñe las cosas más comunes y necesarias r, como son humillaciones y postraciones. Dígale que con llaneza acuda a su celda a cualquier cosita que se le ofreciere, por pequeña que sea. Si fuere temeroso o vergonzoso demasiado, acarícielo y muéstrele amor de suerte que le quite cualquier cobardía que tuviere para eso. Y finalmente, siempre ha de procurar traer a sus novicios alegres, contentos y, en las cosas que fueren sobre sus fuerzas, sobrellevados.

  Yo pretendía hacer de por sí un tratadillo para el maestro de novicios, de sus partes y calidades, y pienso no me ha de ser posible por algunas ocupaciones. Y pues aquí hemos enpezado a tratar de novicios y de sus maestros, será bien, aunque sea con cortedad, que quede esto acabado s.

 

 




a  sigue que tach.



b sobre lín., en lín. dos tach.



1 Alusión a Ap 3,20.



c sigue con enseñarles tach.



d sobre lín., en lín. de tach.



e corr. de mío



f  sigue avie tach.



g sigue se tach.



2 Cf. RIBADENEIRA, P., Flos Sanctorum, Venecia 1614, 162.



3 Lc 5,8.



h  sigue lo tach.



i sigue ren tach.



j sigue espacio de 2 lín. en blanco.



4 1 Re 10,6-7.



5 Diminutivo de barril.



6 Diminutivo de brinco, "ciertos joyelitos pequeños que cuelgan de las tocas, porque como van en el ayre, parece que están saltando" (Covarrubias).



7 Sal 42,2.



k  sigue est tach.



l sigue pero tach.



m corr.



n  sigue los ab tach.



o corr. de esforzados



p corr. de ábitos



q  sigue de celda tach.



r sigue para tach.



s al marg. mismo tach.






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