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San Juan Bautista de la Concepción Obras III - S. Juan B. de la C. IntraText CT - Texto |
CAPITULO [58] DEL ENFERMO Y ENFERMERO
Este es un capítulo que lo había dejado a la postre por scribirlo más largo y hacer de él materia y tratado, y esto propio ha sido causa para haber de ser más corto, por las muchas ocupaciones que se ofrecen y gran distraimiento que en mí han causado algunas cosas de pesadumbre que andan en la Religión sobre una visita que al presente tenemos 1.
1. El enfermo representa a Cristo
Para encarecer el cuidado que ha de tener el enfermero con su enfermo y cuánto ha de ser reverenciado y tenido el enfermo y cuánto se le ha de procurar y desear la salud, basta saber que Cristo se llamó enfermo y enfermero y la propia salud. Enfermo, él mismo dice por san Matheo: Infirmus eram et non visitastis me a 2. Luego si el enfermo es un Cristo y representa a Cristo, dígame el que tiene cuidado de curar y regalar los enfermos ¿con qué amor, con qué entrañas, con qué charidad, cuidado y desvelo debe acudir?, ¿qué premio y paga debe aguardar por servicios hechos a enfermo tan poderoso y rico? Si el enfermo y en el enfermo está retratado un Cristo crucificado, ¿con qué humildad, con qué recatob, atención y mesura estará delante de él para aministrarle lo necesario? Si el enfermo es Cristo, ¿a quién le han de oler mal las llagas y medicinas?, ¿a quién le han de enfadar sus ruegos e importunaciones? ¡Oh, qué voz será tan agradable la del enfermo para las orejas del enfermero, qué presencia tan amorosa, qué trabajos tan sabrosos, qué quejidos tan suaves! ¿Qué le puede ser de molestia, de trabajo, de enfado? ¡Qué de veces diría: dejadme estar con mi Cristo, dejádmelo querer y gozar!
Figura de enfermo hacía cuando se hospedó en casa de Marta, y Marta andaba solícita para lo servir y regalar, y bien invidiosa de María porque ella no gozaba de la quietud y reposo que su hermana María tenía a aquellos sacrosanctos pies; y así le pidió a Cristo le mandase a su hermana le ayudase 3. Como quien dice: no tengo yo de ser de más baja condición, que goce mi hermana de lo que yo no puedo por andar sirviendo, mandadle, Señor, que me ayude, que, esto hecho, entramas gozaremos de ese bien. Adviertan, hermanos, que gusta de servir, pues pide ayuda para que los servicios sean más cumplidos, y quiere presencia y pies de Cristoc, pues pide brevedad y acceleración en lo que hace.
¡Oh dichoso enfermero, que trais en el enfermo representado a Cristo, y cómo lo servirás con cuidado y, pareciéndote todo poco, buscarás ayuda y, quiriendo la d presencia de tu enfermo, desearás acabar presto para estar sentado a sus pies, aguardando y escuchando lo que quiere, manda y dice! ¡Ojalá, Dios mío, yo fuera tan dichoso [217v] que mereciera yo ser un triste criado de los que con veras curan tus enfermos! ¡Oh qué e méritos, oh qué premios, oh qué gloria, oh qué contento sería trabajar y estar en presencia de un retrato vivo de Cristo! ¿De dónde tan alabado san Martín sino de que dio a un pobre enfermo su media capa que, quitándose la que tenía, el pobre descubrió ser Cristo?
¡Oh qué bien comprobada está esta doctrina con lo que le sucedió a aquel religioso fraile menor de san Francisco: que, curando un enfermo y estando la noche puesto en oración, bajó la Madre de Dios a entretener y descansar al enfermero fatigado y, estando en estos altíssimos coloquios, oyendo quejar su enfermo, le volvió las espaldas por volver el rostro a su Cristo enfermo! No sólo no fue notado de descortés, sino que, cuando volvió, halló que le estaba aguardando esta bendita Señora en el propio lugar y le dijo: Mi Hijo te pagará el amor y charidad que has tenido con tu enfermo. ¡Oh enfermero discreto y dichoso! Discreto, pues el amor de tu hermano fue tan encendido que te venció para que no gozases y para que te privases de una gloria que en el cielo lo es de los ángeles: ver y gozar de esta benditíssima Señora. Dichoso, pues tales premios te ofrecieron.
¡Oh mis hermanos, y cómo quisiera, con afectos y sin palabras, persuadirles esta verdad y entrañarles este amor y charidad que deben tener al enfermo! Por esto fue tan alabado el samaritano en el Evangelio: que topando al hombre herido entre Jerusalén y Jericó se apeó de su pollino y, habiéndolo curado, lo subió en él y lo llevó donde tuviesen cuidado de sus llagas y enfermedad. Este tal merece que le den nombre de hermano y de prócximo, que prócximo quiere decir cercano; harto lo estuvo, pues, dejando su commodidad, antepuso la del enfermo 4.
Y si por aquí no queda bien descubierta la obligación y charidad que debe tener el enfermero con el enfermo, descubrámosla por otra parte. Cristo, que se llama enfermo, también se llama enfermero: Non f est opus valentibus medicus -dice por san Matheo-, sed male habentibus g 5; vine, dice, a sanar los enfermos. Si Cristo es el enfermero, quien tales entrañas tiene tan abrasadas y encendidas de charidad, ¿qué será necesario hacer para la salud del enfermo que no lo procure y haga? Quien puesto en una cruz h, rompidas sus venas y abiertas sus carnes, nos da a beber su sangre y de su corazón y entrañas hace medicina, ¿qué no hará? Seas, Dios mío, mill veces glorificado, y qué bien te cuadra el officio de enfermero, pues por darla a muchos andabas por los pueblos y lugares cansado, trabajado, sin que te molestase el sol ni la hambre, por sólo quitar la que tenían los enfermos [218r] que te aguardaban 6. Ellos, Señor mío, te detenían en los caminos y te paraban en los pueblos porque sus quejidos amorosos hacían gran consonancia en tus orejas 7.
¡Oh Señor, y quién pudiera decir el amor y charidad con que dijiste al paralítico de 38 años de cama si quería ser sano, y cuáles los afectos y entrañas con que preguntaste al leproso si quería ser limpio!, que no daba lugar el amor que tenías de que usasen los enfermos de los medios que tú tienes ordenados a la salud -pues poner en ellos la propia salud era también milagro disimulado-, sino que sin ellos y con sola tu palabra y al descubierto, al uno le dices que tome su lecho 8 y su cama i, y al otro que esté limpio 9.
No le sufría el corazón ver enfermos y que se dilatasen sus males, sino que, como dice el propheta, vaya delante su rostro huyendo la muerte 10. Cuánto Dios se precia deste officio bien se echó de ver en la respuesta que dio a los discípulos del gran Baptista. Envíale a preguntar si él es el que ha de venir, y respóndeles: Id y decidle lo que veis y oís j; cercado estoy de pobres y enfermos k, los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos se limpian y a los pobres cometo el evangelizar 11. Como si dijera: Decidle que cercado estoy de pobres y enfermos y que ¿quién podía escoger este officio y tenerlo por tan propio como el Hijo de Dios? Y siendo necesario descubrir a los hombres que soy el verdadero Mesías, bien es que tome y tenga officio de tanta charidad, para que el propio officio descubra quién yo soy y diga a los hombres cómo es Dios, cómo es el prometido a las gentes, el que pone vida y ojos por darlos a los que no lo tienen.
Con este officio probaba su inocencia el sancto Job y para ella alegaba que era ojos del ciego y báculo del enfermo 12. Y san Pablo alegaba con este officio lo mucho que le debían sus hijos: Quis infirmatur, et ego non infirmor? quis scandalizatur, et ego non uror? l 13; pregunto yo: ¿He topado acaso alguna vez algún enfermo que no me haya hecho su enfermero, y para que él sane haya enfermado? Haciendo en mi persona lo que Cristo hizo en la suya, según lo que él dice por san Matheo: Quoties volui congregare filios tuos sub alas sicut gallina congregat pullos suos, et noluisti m 14. ¡Oh qué señales de charidad, oh qué prueba de inocencia es el officio de enfermero! Descubre quién es Dios y quién es hijo de Dios.
3. Considerar que Dios se llama salud
Lo tercero, descubre la excelencia y grandeza deste officio el llamarse Dios salud: Ut n sis salus mea usque ad extremum terrae 15, etc. Dic animae meae: Salus tua ego sum 16. Salutare tuum da nobis 17.
[218v] Fuera nunca acabar traer los lugares de la Scritura que nos prometen a Dios debajo de este nombre de salud. Y debajo de ese nombre lo piden y lo quieren los sanctos. Luego si Dios es nuestra salud y la salud corporal y espiritual es comparada a Dios y Dios a la salud, grande bien debe ser la salud, grande cuidado y solicitud debe poner el enfermero para que el enfermo alcance tanto bien. Que así como Dios es un epílogo de bienes y una summa de virtudes, así la salud lo es en un hombre, porque sin ella, como al alma sin Dios, se le atreven todos los males y le hallan todos los desastres. ¿Quién no velará y se desentrañará a trueco o de que nuestro hermano consiga tanto bien? No digamos los males y daños que acarrean las enfermedades y los bienes que trai la salud, que fuera nunca acabar. Basta saber que un religioso sólo la quiere para con ella servir y agradar a Dios, como decía David: Fortitudinem meam ad te custodiam p 18; la salud y la fortaleza la guardo yo para q enplearla en ti, Señor mío y bien mío. Según esto, no ha de haber dificultad que no venza, ni tibieza y flojedad que no sacuda, aguardando premios y pagas grandes, colmadas y revertidas en la otra vida.
4. Cómo ha de ser el enfermero
Decendamos a cosas particulares acerca del officio de nuestro enfermero, que de sus propiedades ya me parece quedarán bien entendidas.
Pues digo que ha de ser un Cristo, es decir, que ha de estar lleno de amor y charidad, con entrañas de piedad y misericordia r. Ha de ser paciente, sufrido, fuerte, diligente, discreto, prudente, solícito, cuidadoso, un religioso que no se busque a sí ni a sus cosas, sino a Cristo y su honra y gloria en el enfermo. No quiero irme alargando en hacer párrapho de por sí sobre cada nombre de éstos, de que tiene necesidad nuestro enfermero de estar vestido. El amor se ha de ejercitar y conocerse en las obras que por el enfermo se hacen. La charidad ha de estar en el enfermero, de quien nacen las obras en que se ejercita. La misericordia y piedad ha de ser acerca del enfermo. ¡Miren qué principio, qué medio y qué fin, qué madre de donde han de nacer las obras de amor s y charidad! El padrino que las acompaña, da la mano y enseña a andar es el amor fuerte, el que levanta y tiene en pie las cosas más flacas que tiene el mundo; el obiecto t, fin y paradero es la misericordia y piedad que se debe tener con nuestros hermanos. Estas tres virtudes son poderosas para sacar y hacer obras heroicas, incesables y perpetuas.
Decimos que ha de ser paciente y sufrido, [219r] que por mill importunidades que tenga un enfermo no se ha de alterar ni amohinar, antes ha de salir entonces a las causas la charidad, amor y piedad, llevándolo, sufriéndolo, acariciándolo. Porque muchas veces un enfermo, sin registrar las palabras que dice por el aduana de la razón, movido e incitado del dolor de la aflicción y de las penas interiores, suele decir palabras y hacer sentimientos que siente más muchas veces las propias palabras que dice más que los dolores que tiene. Y en esta ocasión, debe consolarlo con palabras amorosas, diciéndole: Ea, hijo mío o hermano de mi alma, tanto me duele a mí como su charidad. Ojalá quisiera Dios repartir esos dolores entre entramos, que los llevara yo de muy buena gana, pero pediréle a Dios que se los quite. ¿Quiere que le haga la cama, enjuagarse la boca, volverse de esotro lado para descansar? Mire, mi hermano, los dolores que Cristo padeció por nosotros; la carne hace ese sentimiento, que bien entiendo está su espíritu muy conforme con Dios. Estas y otras palabras le diga con que lo consuele.
Digo más: que ha de ser fuerte, que pueda velar, trasnochar, traer sobre los hombros los enfermos; que, si fuere menester no comer ni dormir en dos días por sus enfermos, lo haga. Ha de ser diligente, que lo que el médico ordenare lo provea en un momento. Diligente quiere decir hombre puntual, que si la sangría la u mandan a las diez no se haga a las once, el puchero y la medicina a su punto y a su hora. Eso es ser enfermero diligente, solícito y cuidadoso, discreto y prudente, que sepa alegrar al enfermo si estuviere melancólico, que le diga algún cuento sancto o alguna gracia a lo divino, que si le pidiere algo que no conviene que tome, como es beber, comer, levantarse, dormir contra lo que el médico tiene ordenado, que con prudencia se lo niegue sin
darle ocasión para que se amohíne. Ultimamente, que no se busque a sí, sino a Cristo; que no quiera ser enfermero por comerse lo que sobra a los enfermos, por no ir al coro, por gozar de otros previlegios. Sólo se ha de buscar a Cristo, imitándole en la charidad, buscándolo en el enfermo, procurándolo en la salud.
5. Algunas normas particulares
El enfermero nada puede hacer ni dispensar con el enfermo v. Todo ha de ser ordenado por el médico. Y si fuere alguna cosa de poca consideración, como enjuagarse la boca, comer dos guindas, [219v] enderezarse en la cama y otras cosas semejantes, esto ha de ser por orden de la obediencia, y todo lo demás w sujeto al médico en el comer, beber, dormir y levantarse y aplicación de medicinas. Y guárdese de dar lugar a que el enfermo haga lo que quisiere, que si fuere el enfermo impatiens disciplinae x por causa de la enfermedad, le debe reñir con aspereza y acusar al prelado.
Debe el enfermero andar siempre limpio y tener limpia la ropa del enfermo, y todo lo que le diere ha de ser muy curioso y bien aderezado, porque un enfermo muy de ordinario se vuelve como una criatura o dama melindrosa, que cualquier desaguisado le enfada y causa mohína. Debe tener su enfermería muy limpia, oliendo y con muchas flores, su altar en medio, guardándose de no poner encima medicinas ni otras cosas de botica.
Debe tener grande cuenta que el primero o segundo día se le dé el Sanctíssimo Sacramento, y, si la enfermedad fuere larga, que lo reciba de cuatro a cuatro días. Si viere que enpeora, avisar al hermano ministro para que lo haga encomendar a Dios en el convento y esté proveído de la strema unción. Siempre le procure tener allí una imagen muy devota, con quien descanse y se requiebre. Debe estar proveído, para cuando viene el médico, de papel y tinta y hecha memoria de los discursos y movimientos de la enfermedad para darle verdadera relación de todo. Si no tuviere buena memoria, scriba lo que el médico dijere. Si es verano, tenga su enfermería fresca y una banderilla de anjeo con que eche las y moscas; si es invierno, abrigada y las puertas y ventanas cerradas o con encerados.
Si sale fuera de la enfermería, no le deje por allí junto jarras o redomas de agua que se pueda levantar a beber. No se deje engañar cuando le dicen que se quieren enjuagar; si fuere necesario, déle lo que basta para se enjuagar. La comida, si fuere enfermedad que estuviere privado de gana, debe rogarle, inportunarle, animarle y mandarle. Debe hacerle potajes, salsas y darle principios y postres que no sean contra la enfermedad. Si fuere enfermedad que come [220r] mucho y se ha
de curar con dieta, darle tasado, medido y contado lo que ha de comer, quitándole las ocasiones que puede tener. En las purgas y medicinas que son asquerosas y malas de recebir y tomar, sea muy prudente, que eso se haga como se aproveche, informándose del médico si no supiere. Esté proveído de vidrios, mesa, ropa, regalos y otras millares de cosas de que ha de tener necesidad cada día, sin consentir le saquen nada sin licencia del prelado. Si el enfermo estuviere algo fatigado, no lo deje solo; si saliere, quede otro hermano con él. Procure dejarlo dormido cuando se acuesta y levantarse cuando dispierta su enfermo a preguntarle cómo está o qué quiere. Si los enfermos fueren muchos, de quien un enfermero sólo no pueda z cuidar, pida ayuda, y todos los que le ayudaren esténle sujetos y no haya más que uno que mande y ordene a.
[220v] Al enfermo tanbién le debemos dar sus documentos, que no es de poca consideración y mérito pasar, sufrir y llevar su enfermedad como debe, porque hacer buen enfermo es virtud y particular don de Dios y donde más se descubre la virtud y buen natural de cada uno, porque ya hemos visto buenos religiosos en salud que en la cama no hay quien los sufra; y yo digo que para el tiempo del trabajo es la virtud, para con ella ayudar al natural si fuere malo. Y así habremos de decir aquí cuáles son las virtudes de que un enfermo tiene necesidad en la cama.
San Pablo, Ad Colossenses 3[,12-13], va vistiendo a los justos escogidos y amados de Dios de algunas virtudes: Induite vos sicut Dei electi viscera misericordiaeb, benignitatem, modestiam, patientiam, supportantes invicem et donantes vobismetipsisc. Vestíos de entrañas de misericordia, benignidad y blandura, que la enfermedad no nos cause ira, enojo, rencor y haga mal acondicionados, de suerte que sea menester buscarle enfermero cada momento. Humildad dice que ha de tener, considerando que cualquier cosa que por él hacen eso no lo merece y que lo debe estimar y agradecer como no digno de tal beneficio.
La otra virtud es modestia, que procure estar con particular compostura en la cama, que en ella no ande inquieto dando en ella vueltas y revueltas y, por una calenturilla que tiene, no saque el brazo y descubra la pierna. ¡Bueno será que compongamos un religioso en salud y se le castigue sacar la mano debajo del scapulario, y no se le ha de reñir sacar la pierna en la enfermedad y descomponerse! Bien entiendo que la enfermedad, pena y dolor suele causar algunas inadvertencias, pero juzgo que no las ha de haber en un siervo de Dios, que d ésa es la razón por qué dice san Pablo que estas virtudes las traigamos vestidas. El vestido, sin cuenta ni estar advertidos, lo traemos siempre con nosotros.
Las virtudes que se tienen y poseen por solos actos es menester gran cuenta para obrarlas, pero las que se tienen por hábitos -que hábito es vestido- no es menester esa advertencia, que el mismo hábito nos dispierta y enseña a la tal operación. Y así, el religioso que con la costumbre del obrar ha hecho ya hábito, en cualquier ocasión debe estar advertido para no obrar en contrario de la virtud de que tiene necesidad en aquella ocasión.
La otra virtud que dice san Pablo de que se han de vestir es de paciencia. [221r] Esta es la virtud de que más necesidad tiene un enfermo y la que más luce y campea en medio de sus achaques y dolores. Muchas virtudes tuvo el sancto Job en medio de sus trabajos, plagas y enfermedades, y ésta sola fue la que le calificó y honró, dándole por nombre y sobrenombre "el paciente Job". Esta es la que a nuestro enfermo, por momentos e instantes, le está dando a merecer, porque, como los dolores son continuos, siéndolo la paciencia, será continuo el merecer. Y adviertan que no es necesario, para tener paciencia, que esté el enfermo diciendo cada momento "sea por amor de Dios" y otras palabras de sufrimiento; no es ésa la paciencia, sino palabras que la descubren.
La paciencia debe de ser una igualdad de ánimo con que se conforma en aquellas adversidades con la voluntad de Dios. Paciencia es un estar atado de pies y manos para recebir los golpes que Dios le envía. Y advierta que no es falta de paciencia sentir los dolores, decir algunas palabras blandas y amorosas, descubridoras de sus trabajos, dar unos quejidos suaves, que eso es cosa natural. Si dan un golpe en una campana, sonar tiene, no inporta como no se quiebre. Que la enfermedad suene en la lengua y haga ruido en el quejarse, no es ésa inpaciencia. El quebrarse la campana, el descomponerse el enfermo, el decir palabras desordenadas, el no sujetarse a la enfermedad sino querer que la enfermedad de sujete a su antojo, ésa es inpaciencia, ese poco sufrimiento, esa perturbación de ánimo. Si nuestro enfermo en su enfermedad se holgase y regucijase, ése ya tiene y posee más que paciencia, tiene la paciencia y el fructo de ella. Y así, el que no se pudiere gloriar en sus enfermedades como san Pablo, que dice 19: Gloriabor in infirmitatibus meis, ut inhabitet in me virtus Christi e, no dijo "tendré paciencia", sino "gloria", que es el premio de la paciencia. Ut f inhabitet in me virtus Christi. No dijo "para que viva en mí la virtud de la paciencia", sino "la virtud de Cristo", que es su gloria y premio que se da a los sufridos y pacientes. Si no pudiere estar en sus enfermedades alegre, como lo estaban los apóstoles cuando ibant gaudentes a conspectu concilii g 20, conténtese con tener paciencia, con sufrir y llevar aquellos trabajos que Dios le envía con igualdad de ánimo y sufrimiento.
Dice más san Pablo en la vestidura de las virtudes 21: Supportantes invicem et donantes vobismetipsis; sufriendo y perdonando, que no sólo sufra y lleve la enfermedad, sino que soporte los descuidos, si los hubiere, del enfermero, que no quiera reñir ni gruñir [221v] cualquier faltica y descuido que hubieren tenido con él. Supportantes vobismetipsis h; que se lleven los unos a los otros, que el enfermero lleve los trabajos e inportunidades del enfermo y el enfermo lleve los descuidos y tardanzas, si las tuviere, del enfermero. Donantes vobismetipsis i; que se perdonen los unos a los otros cualquier materia que haya de agravio entre ellos, que si el enfermero riñere lo perdone el enfermo j y, si el enfermo con el dolor hiciere algún yerro, lo perdone el enfermero.
De otra virtud tiene gran necesidad de vestirse nuestro enfermo, que es de obediencia k muy puntual a todas las cosas que el médico y enfermero le mandaren. Esta virtud parece que está gobernando en el enfermo todas las demás que hemos dicho, porque, si el enfermo es obediente al enfermero, será benigno, manso, humilde, modesto l, paciente y sufrido; y esto ha de ser de suerte que lo que el enfermero le mandare ha de entender ser ordenación de Dios y que por aquel camino le ha Dios de enviar la salud. No ha de ser señor de enjuagarse la boca ni menearse en la cama si no es con licencia expresa del enfermero. Nada ha de haber, por dificultoso que sea, a que no ha de estar sujeto y rendido. Esta virtud aun a los seglares se hacen guardar y tener, porque de otra manera no seríe posible poderlos curar y todo lo que hacían los médicos y enfermeros con su studio, solicitud y cuidado lo desharían ellos con una desobediencia de beber una jarra de agua, comer alguna cosa mala, descubrirse en la cama o hacer otra alguna cosa desconcertada.
Debe tener y estar armado nuestro enfermo con la virtud del silencio, y esto por dos razones, entre otras. La primera, porque el hablar para el enfermo es muy dañoso para su enfermedad, se desvanece la cabeza, se le acrecienta la calentura, se desvela e inquieta para no poder reposar. Lo segundo, porque con la gravedad de la enfermedad y calentura no pueden hablar y concertar las razones que conviene para bien m hablar ni pueden gobernar tan bien la lengua como deben, de donde el hablar en los enfermos es delirar.
De éstas y de otras muchas virtudes debe vestirse nuestro enfermo, y ésta es la necesidad para cuando se debe guardar el ejercicio de las virtudes que en salud se adquieren. ¿Qué le serviría a un relox andar todo el tiempo n bien concertado y, al tiempo del dar las horas, disparar y por [222r] dar dos da seis; y, como dice el o otro: nadar, nadar y morir p a la orilla? ¡Que un religioso ande bien concertado toda la vida
y adquiera virtudes en la q salud, y las pierda y dispare de su modestia y demás virtudes ordinarias en la enfermedad! El saber jugar una spada es para cuando uno riñe, que traerla y ceñirla cuando se pasea eso más es buen parecer. La humildad es para cuando a uno lo desprecian, la obediencia para cuando le mandan y la paciencia cuando lo curan y está padeciendo alguna grave enfermedad, el silencio cuando le duele, la modestia y compostura cuando se ve oprimido de congojas.
Con el enfermo y enfermero habló nuestra sancta regla en el párrapho 15: Infirmi seorsum dormiant et comedant, ad quorum curam habendam conversus aliquis, laicus sive clericus, deputetur qui ea, quae necessaria fuerint, inquirat r et ministret, sicut fuerit ministrandum. Moneantur [tamen] infirmi ut lauta sive nimium sumptuosa cibaria non requirant, commoda potius et salubri moderatione contenti s 22. En aquella palabra que dice seorsum dormiant t, allí está explicada la modestia y compostura que deben tener, pues les quitan la ocasión del mal exemplo si alguna vez se descuidaren. Ad quorum curam habendam u, etc.; otro dice que ha de tener cuidado de él, que no él de sí propio; y si otro ha de tener cuidado de él, luego a ése le ha de estar sujeto v, obediente y rendido. Qui ea, quae necessaria sunt, inquirat w; que le busque las cosas necesarias, que [no] las busque él ni envíe a casa de seglares a pedir sus antojos. En aquella palabra: Moneantur infirmi ut lauta sive nimium sumptuosa cibaria non requirant x, que sepan que son religiosos pobres y que no han de querer regalos ni comidas exorbitantes, costosas ni exquisitas. Commoda potius et salubri moderatione, etc. y, se les encomienda la virtud de la templanza.
También es avisado el enfermero que sea solícito y cuidadoso de todo lo que el enfermo tuviere necesidad: Deputetur qui ea, quae fuerint necessaria, inquirat z. Aquella palabra "inquirir" dice solicitud, cuidado y desvelo. Et ministret sicut fuerit ministrandum a; aquí se encerraron todas las virtudes de que se ha de vestir nuestro enfermero: que cuide de sus enfermos como debe. ¿Cómo debe? Con charidad, con amor, con piedad, con cuidado, etc. Dice más: que amoneste a los enfermos lo que les conviene. Aquí también se encierran muchas cosas que de las palabras del enfermero dependen para bien del enfermo.
8. Oración y presencia de Dios en el enfermero y en el enfermo
[222v] Dos virtudes nos dejamos de decir bien necesarias, una para el enfermo y otra para el enfermero. La del enfermero ha de ser continua oración por sus enfermos, que se diga de él lo que de san Cosme y san Damián: que curaban más con oración que con medicinas. Que todos los ratos que pudiere esté ocupado con Dios, que le esté guardando al enfermo el sueño y lo esté él tiniendob spiritual, orando y rogando le dé Dios la salud. Finalmente, traiga continua presencia de Dios para que con más quietud, sosiego y reposo pueda llevar los trabajos del officio.
La virtud de nuestro enfermo es la propia: una continua oración y presencia de Dios. No digo que se fatigue ni canse el entendimiento con particulares discursos, sino que, aprovechándose de los pensamientos que ha tenido en salud, con esos propios procure mover los afectos para estar amando a Dios, que para esto no le ayudarán poco los dolores y trabajos que padece, pues es verdad que la misma enfermedad ablanda el natural y lo derrite para con mayor ternura quererc y amar a un Dios tan grande. Con esto se va dispuniendo para morir, si fuere Dios servido de llevárselo de aquella enfermedad. Hállase, como dicen, amortajado con sus sanctos y buenos deseos y pensamientos, siendo como el gusanillo de la seda, que él propio labró su mortaja y hizo su sepultura, en que vino a acabar cercado y rodeado de hebras de seda que le enlazaron y entretejieron su ataúd y sepultura. Muy bien es que nuestro enfermo en su enfermedad tenga tales pensamientos, que con ellos se enlace y en ellos se sepulte y con ellos se cubra para ya no ver más mundo, sino morir a él y resucitar a Dios.
Ya digo que esto ha de ser sin fatiga del cuerpo ni trabajo de la cabeza, sino allí echado en su cama procure levantar los ojos del alma a Dios, procure hacerse una misma cosa y tener un mismo querer. Pídale un amor muy encendido y que su muerte sea con dolores, pero sean dolores de amor encendido que a Su Majestad tenga. Procure hacer actos de grande confianza en que Dios le habrá perdonado y le perdonará todos sus peccados y le dará que le goce, pues es verdad que para eso lo crió, lo redimió y tiene tanta gloria y bienaventuranza.
Confiese la fee con la boca y con el corazón. Con la boca, como dice Esaías [sic], para alcanzar salud; con el corazón para la justificación 23. Y adviertan que la fee para la justicia d y justificación la pone en el corazón, donde está el amor y de donde nacen los buenos pensamientos y proceden las sanctas y buenas obras.
9. No aceptar regalos particulares para un enfermo
No quiero aquí hacer tratado para los que se mueren, sino decir lo que se usa en nuestra sagrada Religión [223r] con los enfermos que viven. Demás de lo dicho, quedan aún algunas cosas que dificultar acerca de nuestros enfermos. Lo primero, si es lícito que de fuera de casa les traigan alguna cosa y se reciba para el tal enfermo para quien se trai. Digo que lo que está en costumbre en nuestra sagrada Religión [es] que, si algún religioso estuviere enfermo donde tuviere padres o personas que lo puedan regalar, el enfermo tome los regalos y los guarde para todos, no reparando que son más propios de aquel para quien se enviaron que los demás enfermos, antes antepuniendo al que tiene más necesidad.
Si fuere regalo e para uno solo, como el puchero, la cena, digo que no es bien esto se consienta, porque no lo tengo por buena costumbre, antes trai muchos inconvenientes, y son que, cuando estos pucheros cesen -que no pueden ser perpetuos-, no le pueden saber bien los del convento; inconveniente harto grande que cobre amor a los regalos de fuera de casa y aborrecimiento a los del convento. Es inconveniente para los otros enfermos, que les puede causar desconsuelo por no tener quien haga lo propio con ellos. Perviértese el orden que manda el médico, pues eso no puede venir de fuera de casa con la puntualidad que el médico manda y el enfermo tiene necesidad. Así, me parece que cuando enviaren estos pucheros y comidillas, por no desconsolar al bienhechor se reciba una y dos veces, avisándole que en el convento tienen cuidado con el tal enfermo y que no se acostumbra a recebir cosa en particular; que, si para todos se enviare algo que en casa se aderece, se recebirá de muy buena gana, pero que de allí en adelante no tienen que cansarse, que no dará el prelado licencia para ello.
10. Obligaciones del ministro para con los enfermos
El ministro advierta que son grandes y muchas las obligaciones que tiene para con los enfermos, porque si es verdad es sobre estante en todos los officios, en éste lo ha de ser con particular cuidado para los visitar, consolar, alegrar, animar, sentándose un ratico con ellos, diciéndole los evangelios y manifestándole el deseo que tiene de verle ya sano y levantado y cómo lo hace encomendar a Dios a toda la comunidad. Y, si fuere menester, le diga con cuánto gusto el convento gasta con él lo necesario y que, si lo f fuere g empeñar los cálices, se empeñarán, y así lo debe hacer. No digo que se desperdicie nada, que he visto yo grande falta [223v] en esto, con decir: "Somos frailes descalzos, ha de haber grande charidad", desperdiciar más cosas que aprovechan los enfermos, lo cual no es charidad sino prodigalidad.
Debe el ministro tener grande cuenta con señalar tal persona cual conviene para este officio, corregirlo y enmendarle con cuidado las faltas que acerca dél tuviere. Mirar que tenga bien proveída la enfermería de las cosas necesarias, como son colchones, sábanas y mantas; y esto que no se trueque lo de los unos enfermos con los otros y que, en levantándose el enfermo, se torne a lavar su ropa para que no se pegue su enfermedad al que después se echare en ella y, si se hubiere muerto, para que otro no tenga asco o miedo del que en la tal ropa murió.
11. Las visitas a los enfermos
Hay hermanos religiosos que piden licencia para ir a ver los enfermos y es menester decirles lo que han de hacer en las tales visitas, para que el ministro sepa a quién ha de dar la tal licencia. El que fuere a ver al enfermo, siéntese un breve rato con él. Si estuviere para ello, pregúntele cómo está, dígale cómo lo encomienda a Dios con cuidado y lo hará de aquí adelante. No le trate plática larga ni seguida, sino palabras cortas y de contento y alegría. Echele las moscas, dígale algún evangelio, póngale las manos sobre la cabeza si fuere sacerdote. Guárdese de darle algo sin licencia del enfermero, como es agua u otra cosa que le pueda hacer daño. Huiga de trabar plática con el enfermero, que aquel lugar no es de parlar. Cuando el ministro dé esta licencia, sea a religioso lleno de charidad, que lo que en esta visita pretende sólo es consolar a su hermano y cumplir una obra de charidad. No la dé a quien allí vaya a inquietar, perturbar y parlar; y si hubiere uno en esta visita, no vaya otro hasta que aquél haya salido.
Seglares suelen venir a visitar los enfermos, a quien en nuestra Religión se les ha negado siempre la licencia y yo no he tenido por cosa justa el dársela, porque el religioso enfermo, por mucho que procure estar vestido de las virtudes que hemos dicho, ha de tener alguna inadvertencia que note el seglar, que no discurre lo que él hiciera en aquella ocasión o la grande [224r] que el enfermo tiene para estar inquieto en la cama, para quejarse o levantarse. Tanbién no es lícito que, en enfermería do están muchos juntos y uno tiene necesidad de comer y otro de se levantar a alguna necesidad, la tengan y sufran respecto del seglar que está haciendo su visita. Yo he ido a visitar padres franciscos descalzos enfermos y no me han dado la puerta para eso, y yo lo he alabado mucho.
12. La convalecencia del enfermo
Cuando nuestro enfermo esté convaleciente, tiene tanta necesidad y más de estar sujeto al médico y al enfermero, pues, estando flaco y delicado, con pequeño desorden torna a enfermar y sea peor la recaída que la caída y enfermedad principal. Quede con información del médico de lo que ha de hacer y el orden que ha de tener por algunos días.
Y esto lo encargo yo con grandíssimas veras por amor de nuestro Señor a entramos a dos, enfermo y enfermero, que se sufra y mortifique en estarse encerrado y recogido algunos días en su celda, moderándose en el comer y beber, que, como salen flacos y necesitados de la cama, quieren hacer en un día lo que han deshecho y menoscabado en muchos h.
Menos mal es comer muchas veces que pocas y mucho de suerte que dé carga al stómago que no la pueda llevar. Tampoco es bien que el convaleciente se anime demasiado y quiera seguir communidad antes de tiempo, así en la comida como en el coro. Eso lo puede ir abrazando poco a poco, que bien es, cuando los religiosos están buenos, trabajen hasta caer y, en estando caídos, los regalen hasta levantar y estar del todo fuertes i.