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San Juan Bautista de la Concepción Obras II – S. Juan B. de la C. IntraText CT - Texto |
CAPITULO 43 LA VIDA DE OTROS TRES HERMANOS a
Los hermanos sienten mucho que no se haga mención de otros tres religiosos que en aquel convento de Valdepeñas han muerto, de b quien yo no había hecho mención en los cuadernos que quedan scritos. Y esto no c porque no entienda y, no sé si diga, tenga conjeturas evidentes están en el cielo entre los demás confesores y aun mártires, pues su vida toda continuada no fue sino un perpetuo martirio y por traer sujeto este hombre exterior y mala carne, que al tiempo más seguro suele tocar a rebato para hacer de las suyas y ver si puede meter su juridición en los retretes más scondidos del spíritu, reino de Dios.
Que, por justo que uno sea, no le faltará un ángel de satanás 1, como a san Pablo, que, como herrero, a puras martilladas dadas en el ayunque de la carne, donde él hace su oficio, labra su herramienta, no procure inquietar y perturbar el silencio d y sosiego interior del spíritu, de tal manera que, por adormido que esté en las haldas y pechos de Dios, no pueda decir con otro Pablo: Sentio aliam legem in membris meis 2. Y nuestros hermanos, conociendo e el mal que de ahí les podía venir, más querían lo pagase el cuerpo y la carne en esta vida que el spíritu en la otra. Que, en fin, es un trueco de f un nada de vida por una eternidad de Dios. Y afligiendo aquí el cuerpo, son mártires g de Cristo; y atormentados en el infierno, son ayunques y mártires del demonio. Y así, su desvelo, su cuidado y solicitud, todo era echar cadena al demonio, quitar las fuerzas a la carne y retraer y esconder el spíritu, apartándolo donde, si lo busca, no lo halle y, si le tira, no lo alcance. Porque eso tienen los que se alejan del mundo y, perdiéndole de vista, se descubren y acercan a Dios, donde, scondida, su vida tiene particular seguro.
¡Oh, si acabásemos ya de entender esto! y entendiésemos que no convienen burlas con nuestros enemigos, que en las burlas hacen ellos sus veras; y h si entendiésemos cómo el que trata con el carbón, una u otra vez se ha de tiznar; y por eso conviene jugar limpio, porque, si el carbón i no quema, tizna. Así, habiendo Dios dado a mis tres charíssimos hermanos, de quien ahora diré, particular conocimiento de estas cosas, más quisieron pasar el trabajo en esta vida que no librarlo en la otra, donde, por mucho que se pase, nada de la deuda se descuenta j, porque [279v] el que k sin ley pecó, sin ley y sin cuenta perezca. Y así, más quisieron buena paz que mala avenencia con la carne. Digo y llamo buena paz, que es la que se alcanza cuando, habiendo macerado la carne con continuas penitencias, hace Dios una notable pacificación l: ora sea que, como decía denantes, el spíritu se aleja donde le pierde de vista la carne, y así, mal lo podrá ahogar ni hacer de las suyas —que, en fin, el turco o los infieles, si están muy lejos o muy apartados, en paz nos dejan a los que estamos en estos reinos—; ora sea por la poca fuerza que la carne tiene para rebullirse, tiniéndola el spíritu tan debajo de los pies; ora sea que, ya que la guerra en la tierra no falta, más quieren los sanctos paz eterna, llena de bienes, en la otra vida, que no la mala avenencia que en ésta pueden tener con enemigo tan traidor. Y así, su vida era una batalla a fuego y a sangre, con grandes sollozos y gritería pidiendo al cielo favor y ayuda.
2. El hermano Francisco de los Apóstoles m
El uno fue el hermano Francisco de los Apóstoles. Este hermano era natural del Andalucía. Vivió muchos años en unas sierras, pienso que hacia tierra de Segura, donde tarde salía a buscar unos pedazos de pan con que acompañar sus yerbas. Después de muchos años de oración, soledad y penitencia, con sólo el saco que sobre sus carnes traía, se fue en peregrinación a visitar los lugares sanctos de Roma y otras partes. Y después de tantos trabajos, le quiso Dios enpezar a premiar en esta vida dándole nuestro sancto hábito y la compañía de los hermanos, no para que en las penitencias aflojase, sino para que en sus obras más mereciese haciéndolas debajo de obediencia y tiniendo nuevas ganancias en la participación de las obras de la comunidad.
En lo que toca la penitencia que entre nosotros hizo, no hay que detenernos, pues quien tanta hacía en los desiertos no se le haría nuevo el rigor de nuestra rigurosa regla. Sólo se puede decir, de lo que acá se vido, los efectos que en él había hecho tanto rigor pasado y el que al presente tenía, vistiendo hasta la muerte un capote n entero de cilicio o. Un efecto era grandíssima castidad y limpieza en sus palabras, gesto y obras, de tal manera que un día, revistiéndose el diablo en una mujer, yendo a pedir limosna, lo encerró en un aposento y pretendió hacer ofendiese a Dios con ella; y él, encomendándose a la Virgen María y a sus devotos los sanctos, que, por su intercesión, le dio la Majestad de Dios tanta fortaleza [280r] en el spíritu y en el p cuerpo, que con el spíritu endiosado venció los enemigos invisibles q y, con el cuerpo, ayudado de su sancto r ángel, con unas coces derribó y hizo pedazos la puerta s que la endimoniada mujer habíe cerrado. Y, libre, se vino a su cielo, donde no paraba un momento de agradecer tal misericordia y merced como Dios le había hecho.
Quiriéndole Dios pagar sus penitencias y particular virtud, llegóse la hora en que se dan los premios a los que varonilmente trabajan y pelean. Y él, bien deseoso de salir de un tan mal mundo, viendo morir al hermano fray Bonifacio, de quien arriba hemos dicho, con tantas prendas de su salvación, parecióle que con él podría enviar un recado cierto y presto a su Dios: cierto, por ver llevaba camino derecho; presto, por parecerle que, quien en esta vida tan bien con penitencias había purgado, no se detendría mucho en el purgatorio. Y así, le pidió encarecidíssimamente que le alcanzase de Dios que el primer hermano y religioso que fuese de esta Religión en compañía de los demás, fuese él. Y no lo dejó un puncto hasta que le dio la palabra.
Y así, después de la muerte del hermano fray Bonifacio, a cabo de pocos días (no obstante que digo horas en la vida del propio fray Bonifacio 3), le dio la propia enfermedad que el mismo fray Bonifacio
había tenido, en la cual padeció en particular una sed tan terrible que le tenía aturdido y como sin juicio. Pero juicio bien acordado para imitar a Cristo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de Cruz. Que, diciéndole: «No beba, hermano, súfralo por amor de Dios», lo llevaba con tanta paciencia t y mostraba quedar tan satisfecho como si las palabras del enfermero, como palabras de Dios, que son agua viva para el alma, fueran agua material para el cuerpo. Esta sed y esta obediencia mostróse en tanto grado que un día estaba tan vecxado de la sed y tan como sin juicio que se levantó de la cama y se fue al servicio y enpezó a querer beber de él. Podría ser lo hiciese acordándose que, para tanta sed como Cristo tuvo en la cruz, le acudieron con hiel y vinagre u 4; y que, viéndose él tan cercano a la muerte, [280v] sería bien gustar de algo para su sed con que se asemejase a su Salvador. Sea por lo que fuere, lo que sé decir que, así como Cristo, cuando le dieron la hiel y vinagre, gustándolo, no lo quiso beber, no quiso que estotro hermano padeciese sobre su sed otro nuevo tormento de una cosa tan asquerosa como aquello. Así, al tiempo que él enpezaba, entró su enfermero y díjole: —¿Qué hace, hermano fray Francisco? Viendo, como quien dice, que le cogían con el hurto en las manos —y, cuando no fuese hurto sino acto de humildad y mortificación, quiso merecer en mostrar ser peccador, inobediente y malo— y echándose por tierra, decía: —Perdóneme, hermano, que no lo haré otra vez.
Agravándole la enfermedad y estando ya muy a lo último, dejándole a ratos solo v, volviendo a él, veíanle hablar con la Madre de Dios muchas palabras. No que los frailes la viesen, pero que de las palabras que decía se colegía que estaba con él w. No le entendían cosa seguida. Sólo dicen que le prometía nuevas cosas y le ofrecía grande linpieza por las eternidades, si por ellas viviese. Y así, se debe entender que, quien en vida fue tal y tan linpio, se diese esta soberana Virgen por obligada a le visitar, alegrar y acompañar en su último tránsito, en cuyas manos [puso su alma]. Que, ángel por ángel, scojo a esta Señora para en sus manos poner mi alma, como este sancto hermano la puso, para que en aquella última hora la defienda y en la otra vida la presente a los ojos de su bendito Hijo, de cuya vista goza y gozará, según piadosamente se debe entender, por los siglos de los siglos. Amén.
Su cuerpo, al tiempo de vestirlo para lo enterrar, lo hallaron lleno de llagas. Que, por haberlo disimulado y no haber dicho nada, se entiende haber sido de los cilicios y de los azotes y cadenas que vestía.
3. Fray Sebastián de San Antonio x
El otro y hermano que aquí murió, de los tres que z propuse, fue el hermano fray Sebastián de san Antonio. Este hermano le comunicó Dios gran parte de sus nombres y significación, según aquellos que le da Esaías a Cristo: Voca nomen eius: accelera, [281r] festina praedari 5. Que, saliendo como un gayán a pasar su carrera, guardando su año de noviciado con summo rigor, al cabo de él mereció la corona de justicia, que dice san Pablo que les está aparejada en aquel día de la cuenta para los que la dieren buena hasta el fin de la carrera, guardando grande fe y lealtad 6. Y así, nuestro hermano, habiendo guardado su año de noviciado, otro día, después de haber cumplido y profesado, fue a guardar la regla que a los sanctos ángeles guardan en el cielo. Pocas horas antes que muriese (habiéndolo enviado a casa de su madre porque tuviese algún regalo), estando ya para expirar, se levantó de la cama y pidió un habitillo viejo y se lo puso y dijo: «Ea, ya es hora de caminar. Tomen este hábito exterior y este rosario, y llévenselo a mis hermanos».
¡Qué buen caminante! ¡Qué buen testamento! Quien tan desnudo estaba no me espanto que con tanta desenvoltura y poco enpacho se levantase de la cama y vistiese la mortaja y hábito de camino. ¡Qué poco sentimiento le hacía b el despedirse de acá! ¡Qué pocos desmayos la memoria de los padres y caros amigos, pareciéndole que los más amados que tenía, también caminaban apriesa y que presto se verían allá! ¡Oh qué dichosas palabras: Alto, ya es hora, venga el hábito y vestido de camino! A espacio, hermano, aguarda un poco. Remátense bien las cuentas de las cosas de acá. Dad un poquito de sentimiento a la despedida de madre y parientes, al dejo de las cosas del siglo.
¡Oh mis hermanos!, triste del que para aquella hora deja el remate de las cuentas. Aun está un hombre harto en el siglo de aprender contar, restar, multiplicar y partir por en medio; y, con su ciencia y buena atención, a vuelta de cabeza, un cero más o menos, va la hacienda de un hombre. Pues díganme: el que para allí dejare sus cuentas, cuando la priesa y la brevedad no está en su mano, sino c en la ajena, y cuando en cosas tan delicadas no puede tener el ojo alerto, porque los dos que tiene ya están quebrados y el de la razón turbado y perturbado con la gritería [281v] de los de adentro y de afuera d —digo de los de casa, parientes y amigos, y los de fuera, que son los demonios, porque, como desean ganancia, paréceles que la han de tener a río vuelto, y así perturban— ¿qué cuentas puede dar un hombre enbazado en muchas cuentas juntas? Que harto tenía en que entender en entender con las de perdones. Y aun plega a Dios que, con que los papas las resumen en tan corto como es decir tres veces Jesús, la indulgencia plenaria,
sepan, puedan y quieran decirlo. Cuánto más otras cuentas que consisten en gasto y recibo. No digamos de las que se hacen entre padres y hijos, marido y mujer, sino del gasto y recibo que primero se le ofrece de los dones, bienes y talentos recebidos. ¡Oh qué maremagnum deste recibo de la creación, conservación, redención, justificación! No digamos de eso, que es hacer un libro. Y tras esto, daca el gasto.
¡Oh Dios de mi alma, quién puede justificar aquesa cuenta y ajustarla! Pues, cuando sólo me pidieras cuenta de los años, de los días y noches que he vivido, ¿cómo pudieran venir al justo con lo que tú mandas en que se enpleen? ¿Quién podrá, Señor, ajustar tus inspiraciones con la execución y obra? Quédese esa que cuenta, que mi juicio no alcanza, no digo yo para aquella hora, pero para estarla dando por toda la vida. Esto es restar.
Venga el multiplicar. No sólo, hermano, de que venga al justo e. Sí, dame. ¿Qué ganaste con mi sangre y con tantas y tan inmensas misericordias como contigo he usado?
Lleguemos al partir por entero (aunque yo no sé esa cuenta), cuando f se vea, en la hora en que Dios viene por entero, por lo que es suyo, y el demonio por lo que es suyo; y que allí no hay partición: el cuerpo lleva entero la sepultura y el alma ha de ir entera o al cielo a gozar para siempre o al infierno a penar por las eternidades de Dios. Dime, hermano: si un cero más o un cero menos en la cuenta de guarismo [282r] al que está con atención le g cuesta o suele costar su hacienda, ¿cómo puedes tú saber que estarás para acertar aquellas cuentas en tanta brevedad, en tanta confusión y turbación?
Bien h se deja entender de nuestro hermano tuvo pocas cuentas que dar, y ésas con tiempo las tenía acabadas, pues aquella hora él propio sale al encuentro a la muerte; y aun no quiso que lo hallase sin su hábito vestido. A quien le parecíe tibieza y flojedad que la muerte lo hallase desnudo en la cama, ¿cómo habría tenido pereza para la confesión general, para el dolor de los peccados? Que eso ya no estuviese pagado en cosa juzgada, y que sólo le faltaba el entriego de su persona y la paga de Dios. Entramas a dos cosas se hacen de tan buena gana, que él, sin temor ni miedo, sino con particular osadía, se entriega y pide el adorno del cuerpo. Que, aunque de i sayal para cubrir sus carnes de golpe y de recudida, con sus perdones e indulgencias viste, adorna y hermosea el alma para que parezca delante de Dios. Lo segundo, que es entregarle la paga de sus trabajos j, también lo hace Dios de buena gana, porque él es de quien dice el Spíritu Sancto: Qui sanat omnes infirmitates tuas, etc.; qui coronat te in misericordia et miserationibus, etc. 7
No le hace dificultad el apartarse de su madre y parientes, porque a una se despide de ellos para profesar y caminar a la otra vida, donde Dios nos junte con él y con los demás.
Este hermano se particularizó en la paciencia con grandes veras. Halláronle lleno de llagas, y de nada dicen que se había quejado. Era natural de Torrenueva, cerca de Valdepeñas. Llamábase en el siglo Sebastián Moreno, y en la Religión, fray Sebastián de san Antonio. Tomó el hábito en Valdepeñas. El día, mes y año se hallará en el libro. Dile yo el hábito. Y está enterrado en su pueblo, etc.
4. [282v] Fray Juan de San Joseph k
El tercer hermano fue fray Juan de san Joseph, que en el siglo se llamó Juan Pérez, natural de Peñalver tierra de Alcalá. En el siglo fue mozo desparramado, amigo de gozar del siglo, ver y ser visto.
Tomó nuestro sancto hábito en Alcalá. Hizo un notable trueco de vida; volvióla al revés. Que, aunque él no lo decía, veíase por los efectos, porque, siendo en el siglo hombre muy curioso, en la Religión siempre vestía y traía lo peor, andando siempre de suerte que, entre los demás, él fuese algo despreciado por no andar tan bien puesto. Y el que se desvelaba por dar gusto al mundo, se desveló de tal manera en la Religión por sólo dar gusto a Dios, que se entiende, según todos los hermanos afirman, haber muerto l de no dormir y pasársele las noches en oración. El padre visitador dijo nunca haber dormido ninguna noche más de dos o tres horas m. Y el que ponía su gusto en ver y ser visto, lo trocó en perpetuo recogimiento, que casi siempre tenía estando encerrado en su celda; y con sólo entender y esperar ser visto de Dios, estaba muy rico y muy contento.
Y, para mejor aguardar este bien que de los ojos y vista del Hijo de Dios le podía venir, hacía lo que el otro ciego: que se ponía en medio el camino por do Cristo había de pasar 8. Nuestro hermano su puesto era de rodillas n delante del Sanctíssimo Sacramento. Allí estaba, allí de ordinario o aguardaba, dende allí daba voces y decía: ¡Jesús, hijo de David, ten misericordia de mí!
En lugar de sus cóleras y pendencias ordinarias del siglo, fue tan grande su paciencia en la Religión y en una larga enfermedad que tuvo, de que murió, que, asombrados los hermanos, me decían muchas veces: —Hermano, ¿no ve este trueco que ha hecho Dios de este hermano en cuatro días, que ni quejarse ni hablar ni pedir cosa ninguna, sino que allí se está echado en aquella cama, como si no fuera hombre? Y bien decían: que quien tal trueco había hecho p en tan poco tiempo, no era hombre sino ángel. Y por ángel se lo llevaron tan presto a que viese el rostro y cara de su Padre en compañía de los demás, etc.
5. [283r] El hermano fray Pedro de la Trinidad q
Gran lástima me hace dejar de decir aquí cuatro palabras de nuestro hermano fray Pedro de la Sanctíssima Trinidad, que tan justamente se le deben por tantos títulos y razones. Que, a mi parecer, cualquiera de ellas obliga a nuestra sagrada Religión a lo honrar y estimar y poner entre sus varones fuertes, pues como fuerte obró, peleó, luchó y granjeó, como ahora se verá.
Este hermano fue natural de Valdepeñas, de lo más honrado del pueblo y que tenía bien lo que habíe menester. Fue en el siglo labrador. Llamóse Pedro Vasco. Siendo hombre y acudiendo a su labranza y puesto en estado de se poder casar, por estar ya solo y sin padres y su hacienda aparte, determinó de tomar por esposa a la Virgen, de quien él era devotíssimo. Y porque estos desposorios se conservan sólo con los limpios de corazón, determinó, porque le durasen mucho estos desposorios sobre la haz de la Iglesia, de tomar nuestro sancto hábito en el propio pueblo. Que la linpieza, mediante la cual habíen de durar semejantes casamientos, en ninguna parte así se conserva como en la Religión, y religión tan estrecha.
Habiendo tomado aquel convento de los padres de la Sanctíssima Trinidad y habiéndolo tenido poblado de padres del Paño por algunos años, aunque él tenía gana, pero quisiera más rigor y estrechura. Después, como se dio aquel convento para que en él se guardase la regla primitiva y en hábito tan estrecho como ahora se trai, determinóse de dejar el mundo y tomar allí este sancto hábito. Y tomólo en tiempo que podré decir con verdad fue el primer fraile descalzo nuestro, porque los que primero lo tomaron, todos se lo pusieron de enprestado, como consta de los principios de esta historia; y la obra lo manifestó, porque ninguno quedó ni perseveró sino él.
En la Religión se llamó fray Pedro de la Sanctíssima Trinidad. El sobrenombre le cupo por suerte y por ventura, que también lo merecía quien toma hábito de veras en tiempo que todos lo traían de burla. Después, cuando yo vine de Sevilla y tomé este sancto hábito y me hicieron ministro de aquella casa, deseando todo fuese muy descalzo y conforme nuestra sagrada regla, que tan desasida está de cosas del mundo, quise que todos se quitasen los sobrenombres que tenían de sus abuelos y de la tierra y los tomasen de los sanctos del cielo. Y para que fuese a escoger, mandé que todos los nombres de los religiosos se echasen en una jarra y r los mayores nombres del cielo en otra; que, pues éramos los primeros, escogiésemos lo mejor. Fue concierto que yo me quedase con el sobrenombre que tenía, [283v] por ciertas razones que para ello me movían y porque el nombre de Bautista no era del siglo, sino tomado en la Religión. Fue de notar que entonces en las suertes se hallaron frailes que entonces eran graves, presentados y predicadores. Echando el juicio según el mundo, parecíanos que los nombres
de los frailes más graves habían de salir con los sobrenombres mayores, pero el juicio de Dios fue otro. Yo testigo que, sacando nombre de fraile, sacaban y sacaron primero el más humilde, que fue nuestro buen fray Pedro por ser lego; y sacando el sobrenombre, sacaron el de la Sanctíssima Trinidad. Y así fueron prosiguiendo, que sacaban el fraile menor con el sobrenombre mayor del cielo, hasta que acabaron y sacaron a la postre al fraile más antiguo y más grave con el sobrenombre menor. Y según estas suertes y venturas, nuestro fray Pedro fue el menor y el mayor: el menor a nuestros ojos y el mayor a los de Dios. Y habiendo sido el primer fraile spiritu et veritate y el que, entre todos los de su tiempo, solo había de perseverar, razón era que le cupiese la Sanctíssima Trinidad. Y así le acompañó hasta la muerte, porque, con tener las ocasiones que hubo, siempre perseveró.
Vivió este hermano entre los que, digo, por cumplimiento traían el hábito. Que no seríe pequeña mortificación vivir un hombre de veras y verdadero con los que viven de burlas y por cumplimiento, particularmente siendo hombre y en su natural, donde volver atrás le había de ser de mucho menoscabo. Pues, siendo público y notorio que sus compañeros s dende el prelado hasta el inferior habían de volver atrás, no seríe pequeña mortificación el pensar si lo habían de dejar solo. Fue Dios servido de trocar las burlas en veras, y enviar frailes que no fuesen de enprestado sino de dura, con quien nuestro hermano se consoló mucho. Y yo le di la profesión. Y, ya digo, le cupo t por buena suerte el nombre y el ser fraile de la Sanctíssima Trinidad.
Cuando yo u me fui a Roma a tratar nuestra separación y confirmación de regla primitiva, él se quedó en Valdepeñas guardando, como dicen, las tiendas y real, no le entrasen enemigos en el entretanto. Que, aunque él no tenía sciencia ni partes subidas y levantadas para contra nadie poner pleitos o hacer alegaciones en su derecho, pero, siendo él humilde [284r] y tal cual conviene, basta un justo para ser defensa de un pueblo, quia Dominus in circuitu populi sui 9.
Cuando yo vine de Roma, todos se rebelaron y levantaron contra mí, contra el motu propio, digo a contradecirlo. En él sólo se halló la fee v y la verdad del spíritu de ser fraile descalzo de la Sanctíssima Trinidad. Y esto fue de tal manera que, habiéndome querido los demás maltratar, diciéndole a él el prelado que hasta allí él había tenido: —Venid acá, fray Pedro, y vos ¿dais la obediencia a fray Juan Baptista según lo que el motu propio reza? Respondió: —No la he dado, pero ya vengo a darla. Hablando esto con osadía, libertad y desengaño de las mercedes que Dios hacía a nuestra sagrada Religión.
Estúvose siempre en aquel convento, sirviendo de noche y de día en buscar qué comiesen tantos frailes con tanta pobreza como había en la casa. Que, con ser un fraile ya viejo y pesado, tanto que andaba
harto agobiado y do ponía los pies ponía los ojos, y con andar de ojos por el suelo, eran sus vicios arrastrar sus ojos por llegar güevos, pan y otras cosas para los sanctos. Estando a sola su cuenta 50 enfermos que hubo algún tiempo, él solo atendía a buscarles el pollo y lo que tenían menester. Confieso que, como lo más fui prelado de aquella casa, yo no sé cómo ni cuándo ni dónde hallaba lo que traía; y que mis contentos eran verlo entrar en casa, porque sabía no habíe de venir vacío, sino siempre cargado.
Y con w ser hombre viejo y tan cargado que siempre andaba, atendía a las cosas de Dios como si fuera niño, digo a las penitencias y mortificaciones que los demás hacían, en casa y fuera de ella. Entre otras, conocíle dos o tres virtudes: que particularmente Dios le señaló en la obediencia y en la simplicidad o llaneza. Que era tan grande esta sinceridad, que, sin compostura ni fingimiento o prudencia humana, que acá llaman artificio, él me parecía un hombre todo de Dios. Que, donde esta virtud está, las virtudes me parece no son sencillas sino de a dos, porque los que componen en su persona descomponen en la virtud y a mis ojos la adelgazan. Como unas mujeres [284v] muy compuestas y afeitadas, tengo menos certidumbre de su hermosura. Y, por el contrario, una mujer así llana, arrebozada que dicen, que tiene buena gracia, eso se estima. Nuestro fray Pedro, sin compostura, sin aderezo o fingimiento, le vi, le conocí sancto, humilde, obediente. El no era hombre que se metía en muchos dibujos. Siempre su rosario en la mano. Y como los prelados le conocían esta obediencia y sinceridad, no le diferenciaban en las penitencias de los demás niños. Y, entre ellos, siendo grande a los ojos de Dios, era el menor por ser él lego.
Venía una vez cansado de pedir todo el día. Habíese dado una penitencia en el capítulo de por la mañana: de que todos entrasen con disciplina en el refectorio. El, como no se halló allí, no pudo entrar. Cuando le sale a abrir el portero x, dícele: —Hermano, nuestro hermano ministro ha mandado tome una disciplina. En diciéndole algo desto que mandaba la obediencia, parece se le reían las entrañas. Responde: —Vamos, vamos, hermanos. Cuando yo, que le aguardaba al pobre viejo para que comiese y descansase, y le veo entrar abriéndose sus spaldas con sus sordillas, llaméle y dígole: —¿Qué es aqueso, hermano? Dice: —Hermano, la obediencia dice que entre así y. Vido que a mí me pesó y responde: —No le dé pena, hermano, que yo me huelgo mucho. Y más se holgara quien lo leyera y conociera aquella alegría, aquel amor con que en lo dificultoso y áspero procedía.
Siendo, como digo arriba, el que sólo atendía a la provisión del convento, cuando me veía entrar con muchos novicios de z Alcalá, se iba a mí llorando abiertos los brazos y decía: —¡Oh mi hermano, y qué gusto me da verlo venir tan cargado de angelitos!; traiga muchos, que, cuando me dicen hay gente nueva, me parece quiero reventar de contento.
Fue siempre devotíssimo de la Madre de Dios, como dije lo era en el siglo a. Todos los demás frailes tienen en la celda sola una cruz, por la pobreza. El había alcanzado licencia para llevar a su celda una imagen de la Madre de Dios pinctada en guadamecí, de esas pinturas [285r] que bien poco mueven a devoción, si uno no la trujese scrita y pinctada en el corazón y en las entrañas. Cuando él venía de fuera b, eran tantos los requiebros y bellezas que decía c a su Virgen, que los frailes, conociéndole, se iban a esconder por sólo oír los requiebros que decía un sancto viejo a la Madre de Dios.
Un día había perdido todas las llaves de la casa. Y él, por no dar pena, habíe disimulado más de un día, que no se había atrevido a decírmelo, sino buscádolas por toda la casa y hecho oración. Y él y los frailes no habían dejado lugar público ni secreto que no las hubiesen buscado y desenvuelto. Cuando él ya no pudo más, va a mí y dice: —Hermano, esto pasa, las llaves no hallo. Yo por entonces no hice tanto caso por entender parecerían. A cabo de rato, preguntándole si habían parecido, dijo que no. Díjele yo entonces con algún despego: —Vaya, hermano, y búsqueme las llaves. El debiérase de afligir algún tanto. Sálese a una puerta de donde veía el cielo, y dice con algún sentimiento: —Madre de Dios, dadme mis llaves. No lo hubo dicho cuando arrojan a sus pies las llaves, sin saber quién ni por dónde d. Tómalas y viene a mí atónito y llorando. Que, aunque es verdad que el hallazgo fue de poca consideración, como el modo de hallarlas fue estraordinario, que hizo e en él inpresión, vino a mí llorando y diciendo: —Tome, hermano, sus llaves, que la Madre de Dios me las ha dado.
Con esta devoción, fervor, perseverancia, llaneza, igualdad de ánimo y obediencia, perseveró hasta la muerte. En la cual Dios le pagó abriéndole el cielo, el que para sí tiene reservadas las llaves de la muerte y de la vida. Que menos no se podía entender de alma tan pura. Yo le confesé siempre, después de profeso, por los años que estuve allí, y apenas le hallé f inperfección liviana; y [si] las tuviera, no tenía doblez con que encubrirlas g.
De su muerte, sólo me han dicho murió como un apóstol 10. Que no se aguardaba menores fines de quien en vida tenía tan obligada a toda la Sanctíssima Trinidad.
En la muerte de estos hermanos yo no me hallé. Podrán h decir de ellos los que allí asistieron. Dénos Dios su gracia para que los imitemos en vida y merezcamos acompañarlos en muerte, en compañía de todos los sanctos, etc.
[285v] En esta casa de Valdepeñas han muerto otros dos o tres hermanos. Que si, como dice Cristo, la perfección consiste en dejar lo que uno tiene y seguirle con verdadera resignación 11 y observancia de su regla hasta la muerte i, podremos decir fueron perfectíssimos, porque antes murieran y entendieran perder mill vidas que cometer una culpa liviana. Y repararan ellos en beber una poca de agua sin licencia, como si fuera cometer un gran sacrilegio.
Hasta ahora se ha guardado, por la bondad de Dios, tanta observancia en estas dos casas y con tanto rigor su regla primitiva, que cualquiera que en este tiempo ha muerto moría de suerte que pudieran escribir su vida muy larga, como vida de sancto y bienaventurado. Lo cual se hiciera de cualquiera de ellos si en otra parte o entre otra gente muriera. Pero, como j morían y vivían entre almas deseosas de agradar y más agradar a Dios, nada asombraba; antes los asombraba el que se quedaba atrás y no se procuraba señalar en cosas muy particulares.